La interpretación eficaz del sonido en los viajes a través de los arboles
Un árbol es un instrumento de viento.
Ejemplos concretos para desperezar el oído de sus clientes en la naturaleza.
Tras leer la entrega anterior, algunos lectores me han preguntado por ejemplos de cómo reconectar con el entorno sonoro.Ya hemos ido ofreciendo ideas en esta serie, dispersas por aquí y por allá. Seguramente, la clave está en trabajar dos aspectos complementarios, uno más pasivo y otro más activo. El pasivo es extremadamente necesario, dado que vivimos en una cultura del ruido. El ruido externo y el interno… En algún capítulo previo, explicábamos que ofrecerles a sus clientes una salida a la nieve es ofrecerles una excursión terapéutica. También explicábamos más cosas. La vida “desarrollada” nos somete a una saturación sonora que provoca graves problemas.
Parece obvio que no se puede apreciar un sonido si lo tapa el ruido. Y muchas veces, en esa burbuja aislante que se llevan los excursionistas al campo, se ha colado el ruido. Aunque no hablen. La enfermedad del ruido ha invadido su interior. Es preciso hacer pausas en silencio admirando el entorno, en puntos clave. A veces, basta con hacerlo aquí y allá sin mayor explicitud.
Otras veces, tras las correspondientes instrucciones, se puede acometer un tramo concreto de ruta sin emitir ninguna voz y procurando estar atentos a los sonidos que surjan. Estos tramos no deberán ser muy largos para la mayoría de personas o se desconcentrarán.
La capacidad de asombro, la inocencia, se recupera al principio con pequeños sorbos. Estoy seguro de que conocen todos esos puntos especiales en sus rutas. ¡Aprovéchenlos! Además, los estímulos externos que nos ofrece Natura pueden ayudar a centrar nuestra atención y desligarla de ese ruido interno. Poníamos un ejemplo con el frío, si éste está bien manejado y se utiliza con seguridad.
La otra parte es más activa. En ciertos momentos, bastará con hacer notar tal o cual canto de ave o insecto, previa pausa en el camino (la parte activa se conjuga con la pasiva). Pero también existen ejercicios específicos. ¿Por qué no parar en ese lugar envolvente especial y taparse los ojos? A menudo, los clientes necesitarán que se les lleve “de la mano” por los distintos estímulos sonoros, previa explicación. Plantéenles preguntas acerca de lo que oyen… el momento en el que llegan a construir interiormente el paisaje sonoro es mágico. Y les recuerdo que no es necesaria la vista para ello. Usen estos juegos con los niños, ¡claro que sí!
Los álamos, el viento y el alma.
Los árboles son instrumentos de viento. Los árboles no tienen órganos fonatorios como muchos animales, pero es que su naturaleza es pasiva. “Aprovechan” el viento que espontáneamente los atraviesa. ¿No son distintivas las hojas, copa, tronco y porte de cada especie? Pues así será su sonido, en consecuencia.
¿Recuerdan el arroyo famoso? Hemos pasado buenos ratos juntos. Esta vez, me voy por una zona nueva. Una zona rica en álamos. Los álamos se levantan enhiestos y firmes pero flexibles. Cuando los toca el viento, los álamos emiten un sonido que me encanta. Al intenso zumbido le acompaña un característico repiqueteo de las hojas. Tanto es así que puedo saber dónde hay agua desde cientos de metros de distancia, sin verla, gracias al canto de los álamos.
Los álamos dicen “agua”. Los álamos suenan a lluvia. Pocos árboles conozco más relajantes que los álamos acariciados por la brisa. Y cuando me acerco, el sonido del agua redondea la experiencia y mejora mi bienestar. Y esto no es solo una opinión, que también.
Esto lo demuestra la Ciencia. Aprendan de la Psicología Ambiental para sus clientes.
Les confieso que, de cuando en cuando, voy a visitar a un amigo. Mi amigo es un álamo negro (Populus nigra.). Mi amigo está malito. Es joven, pero salió en el lugar y el momento histórico equivocados. Le falta agua y tiene más de la mitad ya seca, muerta y pasto de los insectos. Mi amigo tiene las hojas pequeñitas, como los álamos viejos. La vida lo ha tratado mal y se está muriendo. A su aire, a su velocidad de árbol. Si eres árbol, los tiempos son distintos a lo que estamos acostumbrados (muchos no entienden por qué murió aquel vetusto árbol si las obras que se hicieron a su lado fueron hace más de 10 años…). Cuando voy a verlo, si hace viento, él me lo dice todo. Suena débil, flojo, a hoja pequeña y escasa copa. Suena a mi amigo el álamo que se está muriendo poco a poco. Me quedo un rato a su lado, admirándolo, y luego me voy. Con un poco de suerte, si sopla el viento, le oigo despedirse a mis espaldas. No deja de ser un jovencito tímido aunque tenga progeria.
Y no olviden salir al campo y renaturalizarse…
Por Carlos Fernandez, nuestro medico de cabecera que nos ayuda en la renaturalización. La faceta más convencional la cumple como gastroenterólogo y hepatólogo asistencial, siendo también investigador traslacional y clínico en el IDIPHISA