El pueblo colombiano que quiere eliminar los transgénicos de sus cultivos
San Lorenzo, al norte de Nariño, acaba de declararse “territorio libre de transgénicos”. ¿Qué significa esto para el pequeño municipio?
San Lorenzo podría ser un pueblo como cualquier otro. Empieza en las cumbres más altas de la cordillera Occidental, donde brotan de la tierra fría y húmeda los ríos que llevan el agua a cuatro municipios vecinos. Luego baja vertiginoso por laderas cafeteras que lo convirtieron en el segundo productor de café de Nariño. Después se desperdiga hacia las tierras calientes que bordean el río Juanambú. San Lorenzo podría ser un pueblo como cualquier otro. Pero desde el 4 de abril no lo es.
Ese día, tras recibir las firmas de 1.300 campesinos, los once concejales del municipio aprobaron el acuerdo que convirtió a San Lorenzo en un territorio libre de transgénicos. Esto quiere decir que la Alcaldía del municipio tiene que diseñar un plan para que el maíz, la única semilla transgénica que se ha colado en sus cultivos, deje de circular, comercializarse y sembrarse.
Para entender por qué un municipio de 20.000 habitantes decidió declararles una guerra frontal a los transgénicos hay que retroceder hasta los años ochenta, cuando la economía de San Lorenzo estaba mutando. Hasta ese momento, los campesinos de San Lorenzo cultivaban un producto estrella: el maíz. O, más bien, los maíces: de las 23 variedades de la planta que crecen Colombia, en San Lorenzo crecían 10, de acuerdo con las investigaciones de la Red de Guardianes de Semillas de Vida.
Por esos años, Aura Alina Domínguez todavía no era la primera bachiller de la vereda Los Pinos, ni la primera con un título universitario, ni la que llevaría el cuento de la protección de las semillas nativas al municipio. Era apenas una estudiante que de lunes a viernes recorría a pie los siete kilómetros del camino de tierra que separaba la finca de su padre de la escuela en el vecino municipio de Taminango.
Recuerda que su abuela y su madre tenían maíces de todos los colores, cada uno para preparar un platillo específico. “Toda nuestra alimentación estaba hecha de maíz. Es que nosotros desde que somos niños hasta que dejamos el planeta consumimos maíz”, dice.
Sin embargo, la bonanza cafetera atrajo a los campesinos a quienes el maíz no les alcanzaba. El municipio le apostó al café y en una década el maíz crecía resignado en las orillas de las fincas, como pancoger para los campesinos.
Fue por esos años que los campesinos empezaron a escuchar que había un tipo de semillas que producían el doble de las normales y que resistían plagas, fungicidas, insecticidas y pesticidas como ninguna de las conocidas. Comenzaron a sembrarlas y vieron que era cierto. Pero los de ojos más agudos, se dieron cuenta de que sus campos ya no estaban pintados con todos los colores d el maíz de San Lorenzo. Algo raro pasaba, pero como los granos amarillos ya no eran la base de la economía del municipio, lo ignoraron.
Dos décadas más tarde, en 2012, Aura Alina Domínguez regresó al municipio con un título de economista de la Universidad de Nariño y puso en marcha la revolución agroecológica que ya dio sus primeros frutos. Para ella, la agroecología y el rescate de las prácticas campesinas ancestrales eran la respuesta para su municipio.
En Pasto, Domínguez había conocido la Red de Guardianes de Semillas, una organización social que venía trepando desde Ecuador y había llegado a Colombia en 2002, luchando por la seguridad alimentaria de los campesinos, por el rescate de sus prácticas económicas tradicionales y de sus semillas ancestrales. Para 2012, la Red de Semillas ya había declarado cinco territorios libres de transgénicos en el país. Y Aura Alina Domínguez esperaba que San Lorenzo fuera el sexto.
“Empezamos a trabajar nuestra propuesta y a contarle a la gente qué es el transgénico. Además hicimos un diagnóstico: de las 10 semillas tradicionales, apenas quedaban cuatro en algunas veredas”, cuenta. Al mismo tiempo empezaron a implementar un sistema de préstamo de semillas nativas, en el que le prestan un kilo de semillas a un campesino para que las cultive con prácticas agroecológicas. Al año siguiente, el campesino debe regresar el kilo más un excedente, para ampliar cada vez más el alcance de estas semillas.
Adicionalmente, en 2015, la Red de Semillas de Vida hizo un muestreo de maíces criollos en Nariño que les confirmó que al departamento ya habían llegado las semillas transgénicas, o GMO, en forma de algunas variedades comerciales para alimento de animales o de semillas para cultivo. Con esos datos en la mano, se aliaron con el entonces candidato a la Alcaldía por la Alianza Social Indígena (ASI), Jader Gaviria, para que la declaratoria de San Lorenzo como territorio libre de transgénicos hiciera parte de su plan de gobierno.
Oswaldo Córdoba, el concejal que hizo la ponencia del acuerdo y quien además dicta una clase sobre transgénicos en la Universidad Popular del Cesar, dice: “No digo que estas semillas genéticamente alteradas sólo tengan cosas malas, no podemos negar que para la productividad son muy buenas. Sin embargo, para nosotros son más las desventajas”.
Por un lado están los temores, por ahora infundados, sobre la seguridad para la salud humana. Otros piensan en argumentos económicos y critican el hecho de que el campesino deba comprar, año tras año, la semilla y los pesticidas a los que es resistente, lo que encarece la producción de alimentos. Y, además, muchos argumentan que su uso no promueve una agricultura verde, sino una que usa fertilizantes y pesticidas que acaban con ecosistemas completos, menos con las plantas GMO.
Tras la firma del acuerdo, San Lorenzo sabe que sigue la parte más difícil: no dejar que lo escrito se convierta en letra muerta, como pasó en La Unión. Aída Montero, la directora de la Unidad Municipal de Asistencia Técnica Agropecuaria (Umata) de San Lorenzo, cuenta que ya están trabajando con la Red de Semillas en un programa de huertas caseras. Además, dice, “estamos trabajando con madres comunitarias y con el programa de Familias en Acción para utilizar semillas de la misma región en los cultivos y para que utilicen residuos como fertilizantes”.
Jader Gaviria, el alcalde, dice que, para empezar, obligará a que todos los programas de alimentación escolar del municipio garanticen el uso de semillas nativas en los alimentos. Asimismo, dejará lista la hoja de ruta para la inspección y vigilancia de los transgénicos.
La meta final, cuenta Gaviria, es convertir 10 municipios del norte de Nariño y el Cauca en una región agroalimentaria que garantice la seguridad alimentaria de su gente. “En 2016 nos constituimos, y nuestro propósito es que el Gobierno central nos reconozca ciertos derechos fundamentales que tenemos como campesinos”, dice.
San Lorenzo podría ser un pueblo como cualquier otro. Pero no lo es: decidió apostarle a lo que ellos creen puede garantizarles comida a las generaciones que vienen. Y parece no estar equivocado: este año, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) dijo que es necesario abandonar la idea de que la producción de alimentos debe ser intensiva, con maquinarias y productos químicos, y pasar a una agricultura sostenible.