Mercurio y ‘aleteo’ de tiburones: una tragedia que también es humana
El ‘aleteo’ es considerado como el principal causante de las reducciones de tiburones en el mundo.
A 500 kilómetros de las costas de Buenaventura, en Colombia, está ubicada la isla de Malpelo, un atractivo turístico y todo un santuario de especies marinas en las aguas oceánicas que la rodean, en especial por su gran diversidad de macrovertebrados, como los tiburones. Sus aguas son de las más apetecidas del mundo para bucear y están protegidas por su alta riqueza de especies marinas. No cuenta con asentamientos humanos, pero en décadas pasadas la isla era un destino frecuentado por pescadores en busca de la aleta de tiburón a pesar de su prohibición, lo que impactó negativamente a sus poblaciones.
Este lugar, como otros ricos en variedad marina, ha sufrido los abusos del hombre. Así, lo que es un refugio de especies marinas se convierte en una zona de alta peligrosidad. Felipe Ladino, ecólogo de la Fundación Malpelo, dice: “En el tema del tiburón martillo se ha encontrado un panorama bastante preocupante en la región del Pacífico Tropical debido a que su población en los últimos diez años ha disminuido hasta en un 70 por ciento, y se supone que es la más grande a nivel mundial, lo que implica que es una especie bastante amenazada por la pesca que persiste”.
El ‘aleteo’ es considerado actualmente como el principal causante de las reducciones de tiburones en el mundo y además es una actividad ilícita en la mayoría de los países, lo que queda demostrado por las incautaciones por parte de las autoridades competentes.
Esta práctica ilegal, prohibida en Colombia desde 2007 por la resolución 1633,consiste en sacar a los tiburones del agua, cortarles las aletas dorsales, caudales, anales, ventrales y pectorales para comercializarlas o consumirlas y luego, aun estando vivos, botar el tronco al agua; así, sin más, el cuerpo cae en aguas profundas, asfixiado y sin aletas. Aquella muerte nefasta es una de las formas más deplorables de tortura y sufrimiento.
Por otro lado, no es nuevo decir que en el Pacífico hay una amplia problemática con la minería ilegal de oro, en la que se utiliza mucho mercurio que va del río a los océanos. Como bien lo explica la ecóloga Natalia Vélez, “una de las maneras de que haya mercurio en el océano es la contaminación antrópica, es decir, generada por el hombre, que puede ser tanto por minería como por agroindustria, fertilizantes y demás, y la otra es por vía natural, que puede ser por volcanismos, es decir, erupción de volcanes”. Según la profesora Andrea Luna Acosta, “Colombia es el tercer país que más cantidad de mercurio emite a la atmósfera, después de China e Indonesia, a causa de la minería de oro artesanal”.
Con los océanos atestados de mercurio, los tiburones, predadores tope por excelencia, se alimentan de especies que vienen con una carga significativa de mercurio, pues se encuentra en la parte inferior de la cadena alimentaria y ya han consumido especies más pequeñas que también lo contienen; así, entre más grande sea el animal, más alimento necesita, causando la transferencia de este metal en las redes alimentarias. A esto se le conoce como biomagnificación, y, a medida que los tiburones van creciendo, acumulan en su cuerpo las cantidades de mercurio que han consumido a lo largo de su vida (bioacumulación).
Si bien la demanda de las aletas de tiburón en mercados como el asiático es un bien muy preciado y costoso, que, según Vélez, puede oscilar de US$250 hasta US$1.800, no se menciona el gran riesgo para la salud humana de quienes las consumen por tener altos niveles de mercurio.
Al reconocer la problemática, los investigadores Sandra Bessudo, Natalia Vélez, Felipe Ladino, Dalia Barragán y Andrea Luna Acosta desarrollaron la investigación Concentraciones de mercurio y relaciones tróficas de tiburones del Pacífico colombiano, en la que examinaron las concentraciones del metal en los tejidos de siete especies de tiburones incautadas en el puerto de Buenaventura y recibidas por las autoridades colombianas y la Fundación Malpelo.
Entre las siete especies de tiburones estudiadas por Vélez y sus colegas se encuentran: el tiburón poroso (Carcharhinus porosus), el tiburón cabeza de pala (Sphyrna tiburo), la musola parda (Mustelus henlei), la musola segadora (Mustelus lunulatus) y la cornuda coronada (Sphyrna corona), que pertenecen a zonas costeras; también destacan el tiburón martillo (Sphyrna lewini) y el tiburón zorro (Alopias pelagicus), que se encuentran comúnmente en zonas pelágicas o de aguas profundas.
“Esto es interesante porque nos topamos con que dos de las especies investigadas, que en su etapa de adultos usualmente se encuentran en zonas pelágicas, estaban en zonas costeras, lo que sugiere que seguramente estábamos trabajando con tiburones juveniles, pues cuando los tiburones de aguas profundas van a tener a sus bebés se van a ecosistemas costeros donde encuentran manglares, los cuales constituyen un sistema de refugio para sus crías. Los bebés crecen allí y luego son capturados a edades tempranas”, explica Vélez.
Lo anterior dilata la problemática que ya no solo recae en el ‘aleteo’ sino en la captura de los tiburones más jóvenes.
Los tiburones tienen un ciclo de vida más lento, es decir, se demoran más en crecer y madurar sexualmente y son aptos para reproducirse hasta alcanzar los diez años. Así, muchos de los especímenes capturados no alcanzan la reproducción, poniendo en peligro la supervivencia y conservación de la especie ya que no se sobreponen fácilmente a la disminución de su población.
Según los resultados de la investigación, dos de los tiburones de mayor captura son el Sphyrna lewini y el Alopias pelagicus, justamente los que pertenecen a aguas abiertas. “Estas dos especies son las que más están en peligro, las que más nos estamos comiendo y las que representan mayor riesgo para la salud humana”, afirma la investigadora Vélez. También se encontró que, en efecto, las aletas presentan altas cantidades de mercurio, no superiores a las que se encuentran en los músculos pero que, igual, constituyen un factor de riesgo para los humanos que las consumen.
En los mares del Pacífico Tropical los tiburones se enfrentan a la pesca ilegal de aleta y a la captura incidental de los atuneros, por eso organizaciones como Fundación Malpelo, en compañía de varios aliados como Parques Nacionales, Fondo Acción y Conservación Internacional, han trabajado en la protección y conservación del Santuario. Ladino asegura que para el 2017 “logramos ampliar Malpelo a más de 27.000 km2, convirtiéndola un área marina protegida bastante significativa”.
Los retos para establecer estrategias de conservación y la reducción de la pesca de aletas de tiburón en Colombia es enorme, pero “un paso para reducir el ‘aleteo’ y contribuir al cuidado del ecosistema y de los predadores tope del océano es informar sobre el posible riesgo potencial del mercurio en la salud humana, causado por el consumo de estas aletas. Sus síntomas van desde dolores estomacales y musculares hasta malformaciones en el feto de una mujer gestante, sin mencionar la devastadora situación que tiene que vivir la población de tiburones, además de la protección de los mares donde habitan”, concluye Vélez.