Por qué el Corredor Seco centroamericano debe ser noticia
Los efectos de la crisis climática y alimentaria están siendo terribles y se continuarán notando en los próximos años. Hay que actuar o seremos testigos de un fatal desenlace
El cambio climático se ha convertido en un término recurrente en nuestras vidas. Incluso los negacionistas han empezado a entender que es algo real que ha llegado para quedarse, y que requiere que adoptemos medidas. No sirve permanecer indiferente. Nos afecta y, si no hacemos algo ya, nos afectará mucho más en un futuro no muy lejano.
Estoy seguro de que a todos y a todas nos cuesta en ocasiones imaginar de qué estamos hablando. Por ello, es importante poner ejemplos que nos ayuden a entenderlo. En el planeta existen actualmente regiones especialmente vulnerables. Estas zonas están siendo las más afectadas por los cambios en el clima y en ellas encontramos situaciones insostenibles, verdaderas crisis crónicas. Sin embargo, son esas las que en muchos casos no salen en las noticias ni ocupan titulares. Posiblemente porque ni producen materias primas estratégicas de alto precio, ni consumen bienes y servicios de calidad. Si acaso, solo son un punto geográfico con valor estratégico, siempre pendiente de su utilización en el tablero internacional.
Uno de esos lugares es el Corredor Seco Centroamericano. Se trata de una franja de territorio que abarca desde el sur de México hasta Panamá y que sufre, especialmente desde 2009, una situación crítica sin precedentes debido a un drástico cambio en el régimen de lluvias. Los países más vulnerables y expuestos a la sequía o a las precipitaciones extremas son Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Esta alteración afecta de manera directa a los medios de vida de una población ya de por sí inmensamente vulnerable en forma de fenómenos extremos tales como sequía, inundaciones, deslizamientos o degradación ambiental.
Estos provocan bajos rendimientos de los cultivos, bajos precios de los productos en el mercado y el alto coste de los insumos debido al deterioro de las infraestructuras de transporte. En estos dos últimos años se calcula que se han perdido entre un 70 y un 80% de las cosechas de maíz y frijol, dos alimentos básicos para la seguridad alimentaria en toda la región. A ello hay que sumar los datos de impacto negativos en la ganadería, avicultura, apicultura, pesca y cultivos de caña de azúcar o café, entre otros.
El asunto se ha convertido en uno de los temas más relevantes en la agenda de América Latina y el Caribe. Organismos como el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) o la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ya han puesto en marcha planes para dar respuesta a la situación. La combinación de una precaria situación socioeconómica con el clima adverso está siendo letal. Hablamos de una región en la que un 50% de la población vive en situación de pobreza y donde, al mismo tiempo, se concentra la mitad de los 1,9 millones de pequeños productores de granos básicos que abastecen de los dos alimentos principales de la dieta centroamericana.
En 2015, año al que se atribuye la peor sequía en la región en 30 años tras una década de verse azotada por todo tipo de fenómenos extremos, se ha terminado provocando una situación alimentaria crítica, golpeando especialmente a los más vulnerables: comunidades indígenas, mujeres y niños. Según cálculos de la FAO, a finales de ese año más de tres millones de personas en la zona estaban afectadas por una inseguridad alimentaria aguda y dos millones en necesidad de asistencia inmediata.
A finales de 2015 más de tres millones de personas estaban afectadas por una inseguridad alimentaria aguda
Ayuda en Acción conoce de primera mano los efectos que soporta la población que vive en el Corredor Seco. Llevamos más de 10 años intentando mejorar su resiliencia y sus medios de vida, gracias entre otros al apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid). Buscamos generar capacidades para la gestión de riesgo ante desastres naturales y promocionamos formas de producción adaptadas al nuevo clima. Para ello ha sido fundamental contar con la colaboración entre países, a través de las Instituciones del Sistema de Integración Centroamericano (SICA), para identificar soluciones que mantengan la productividad agrícola de más de 300.000 familias dedicadas a los cultivos básicos.
Un aspecto fundamental es rescatar saberes ancestrales, aquellos que ya combatieron probablemente los mismos efectos hace siglos. Aspectos tan simples y tan trascendentes como poder detectar una variedad de frijol de cosecha postrera resistente a la sequía, que pueda ser distribuido y utilizado por el conjunto de los agricultores centroamericanos. Conocer y poder utilizar una semilla adaptada que garantice la cosecha es la diferencia entre vivir y morir de hambre. Para ello hemos generado una red de productores y productoras de base, que cuentan con un sistema de intercambio de conocimiento. Su uso está proporcionando soluciones. Y lo más importante, la solución para una persona de Honduras está viniendo de Guatemala, o para la de Nicaragua de El Salvador. Soluciones directas y aplicables, que dan respuesta a problemas cada vez más recurrentes. Alternativas que parten del saber local.
Los efectos de esta crisis están siendo terribles y se continuarán notando en los próximos años. Mirando al cielo, nada hace prever que la situación mejorará. Por ello, el impacto desestabilizador y sus efectos a gran escala se percibirán aún más en toda la región centroamericana. La falta de alimentos sostenida provocará una crisis humanitaria que demandará medidas concretas, y los claros efectos sobre la migración añadirán un nuevo elemento de presión. Debemos de entender que no se trata solo de huir de una tierra que no provee de alimentos. El nuevo patrón de clima está provocando también una merma en la oferta de empleo rural relacionada con empleo asalariado en fincas productoras de café y caña o en empresas rurales relacionadas con la agro exportación, que suponían un complemento a la renta de las personas en el medio rural. Debido a ello, la población se está viendo obligada a trasladarse a los centros urbanos —con la expectativa de engrosar el sector informal—, a otros países de la región, o a Estados Unidos y Europa. Un movimiento de personas cada más abundante en un espacio geográfico donde la vulnerabilidad es estructural. Una crisis en la que debemos actuar o nos veremos obligados a ser testigos de un fatal desenlace.