¿Deben viajar los gays a países homófobos?
El pasado viernes, TENTACIONES comenzó la serie ‘El Viajero Gay’ con Dubái como primer destino. El artículo levantó una serie de protestas que queremos recoger aquí
Una nueva sección de Tentaciones ha despertado una polémica ante la que no queremos ser ajenos. Por expresarlo de forma sencilla: ¿Debe ir de vacaciones alguien gay a países que persiguen y penan la homosexualidad? El debate surgió del lanzamiento de un blog de recomendaciones de viaje para la comunidad LGTBIQ que comenzó en Emiratos Árabes Unidos, donde se penan las relaciones entre personas del mismo sexo con hasta 10 años de cárcel.
El autor hacía un pequeño recorrido por los lugares que había encontrado y en el que se sentía seguro, sobre todo zonas privadas y de ocio nocturno. Las quejas de los lectores fueron por el tono, que consideraron “frívolo”; por el contenido, que “banalizaba” la situación de un país intolerante y homófobo en su política, su legislación y sus costumbres; y por los consejos, que argumentaban que se ajustaban a un “estereotipo” dentro del colectivo homosexual y eran “peligrosos”.
Hemos querido recoger aquí algunas de esas opiniones y quejas, tanto para que el autor explicara el porqué del artículo, como para dar voz a quienes no están de acuerdo.
Iñigo Ayuso, autor del artículo Dubái, el rincón imponente, y del blog El Viajero Gay
La intención principal es ofrecer una visión muy concreta de algunos lugares donde los homosexuales no son aceptados o directamente son rechazados; aquellas ciudades donde ser gay no es un problema, como San Francisco o Madrid, ya tienen cientos de reseñas en cientos de webs y guías de viaje que son fáciles de encontrar.
De ahí la elección de destinos como Dubái, lugares fuera del circuito habitualdonde moverse es difícil. Al no pretender hacer un análisis social del lugar y siendo el objetivo el que era, el tono fue, efectivamente, ligero. Creo sin embargo que es el tono adecuado para un blog de viajes. Créeme, son muchos los gays y las lesbianas que acaban en este tipo de lugares por trabajo, por ocio familiar o de amigos. Sólo quiero darles consejos. No soy un analista político ni un experto en derecho, pero creo que EL PAÍS, donde se aloja el blog, tiene una línea editorial muy clara en ese apartado y lleva décadas defendiendo la absoluta igualdad del colectivo.
Como comento en mi blog, por trabajo he dado nueve vueltas al globo y he estado en prácticamente todos los países del mundo con acceso al mar. En todos ellos he buscado la forma de moverme con comodidad sin reprimir absolutamente mi homosexualidad, algo que creo que sí que sería peligroso. Es más, he de confesar que me ha hecho muy feliz poder hablar y pasar tiempo con otros homosexuales que viven en esos países represivos, porque creo que he aprendido de ellos y ellos han aprendido algo, por poco que fuera, de mí.
Dubái, el rincón imponente
El artículo al que hace referencia este texto —que puedes leer haciendo click en este enlace— fue publicado el pasado viernes 20 de abril en nuestra web. Era la primera parada de El Viajero Gay, una serie de ciudades que visitaremos a través de los artículos de Iñigo Ayuso.
Creo que sería cruel penalizar a toda una sociedad por los excesos de sus gobernantes. Que los políticos iraníes, saudíes, emiratíes o egipcios condenen la homosexualidad no la ha erradicado en sus países, más bien al contrario. Y esa gente es la más vulnerable. No voy a decir que yo esté haciendo el bien social por buscar el ambiente gay en Dubái, pero el encontrarlo me ha dado la sensación de que tal vez la igualdad sea una cuestión de tiempo.
Esto me lleva a la idea de defender el turismo como apertura. Vale, es cierto, en Egipto no puedes llevar una bandera gay. Pero ¿eso te impide visitar Asuán, Luxor o El Cairo? Tengo grandes amigos gays que viven allí. Muchas veces se encuentran en hoteles y buscan conversar con clientes también gays para poder desahogarse, quejarse de todo, soñar con un futuro diferente.
Y lo que es más, ¿por qué castigarlos a ellos solo? En Mississippi, Alabama, Luisiana y partes de Florida tampoco es muy recomendable ondear banderas gays en según que sitios, pero eso no quiere decir que no vayamos a ir a maravillosas ciudades de Estados Unidos como Palm Beach o Nueva Orleans.
Los países son mucho más que sus Gobiernos y sus leyes: es su gente, su comida, sus calles, sus edificios, sus costumbres… Cuando yo fui a Dubái, me moví gracias a los consejos que me dieron quienes estaban allí y ahora yo he querido compartirlos con quien los quiera leer o los pueda necesitar.
Dicho esto, bienvenida sea la crítica.
Ángeles Espinosa, corresponsal de EL PAÍS en Dubái
Cada cual tiene el derecho o la opción de viajar donde le interese o le parezca. Boicotear un país en general por su sistema político o legal, significa echar en el mismo saco al régimen y a su población, que a menudo se beneficia del intercambio con el exterior y lo agradece (como sucede en Irán, por ejemplo). En el caso de la comunidad LGTBIQ y los viajes a países donde no se respetan los derechos humanos, debe extremarse el cuidado en los consejos que se facilitan debido a las graves consecuencias que puede tener para ellos un tropiezo con la policía o con un ciudadano estrecho de miras.
Dubái es paradigmático porque la imagen de modernidad y apertura que proyecta no se corresponde con su legislación, dejando a los visitantes (no sólo gays) ante una peligrosa inseguridad legal al menor contratiempo, tal como he contado en numerosas crónicas. Es cierto que la mayoría viene, disfruta del ambiente permanente festivo y la sensación de aventura de viajar a tierras árabes sin los riesgos asociados con otros países de la zona, y no tiene ningún problema. Pero también es importante ser honesto y revelar desde el principio las contradicciones que no muestran los folletos turísticos: que beber alcohol es posible pero ilegal si no se tiene una licencia (que sólo pueden sacar los residentes); que es ilegal que una pareja comparta habitación sin estar casada, aunque las autoridades hacen la vista gorda (mientras no se produzca un incidente), o que las relaciones homosexuales están penadas y, aunque en la discoteca del hotel parezca que uno está en Madrid o en La Habana, las leyes son draconianas.
Un diplomático extranjero le preguntó hace algún tiempo al jefe de la policía de Dubái qué debía aconsejar a sus nacionales al respecto (alcohol, drogas, parejas de hecho, gays). Su respuesta daba a entender que podían saltarse las leyes mientras no les pillaran: “Sabemos que esas cuestiones existen, no las aprobamos, pero mientras no hagan alarde, no vamos a perseguirlos”. Escalofriante.
Otto Más, lector y activista en redes sociales por los derechos de los homosexuales
Cuando leí el artículo, lo primero que pensé es que caía en los estereotipos del marica que tiene dinero para irse a Dubái con sus amigos musculosos, es decir, que puede pagar 30 euros por una copa; y que al decir que la única religión de la ciudad es el dinero se banalizaba el hecho de que es un régimen islámico. Allí, a los gays no se les acepta y las mujeres tienen que ir tapadas… No hay medias tintas. No se puede hacer propaganda de un Estado que no respeta a los homosexuales; allí, todavía, en algunos aspectos reina la saría [la ley islámica].
Que de repente alguien me diga que es muy guay, que si las luces y los azafatos… Sinceramente, me parece que me están tomando el pelo. No me estás vendiendo un resort, sino un lugar que ya de entrada me prohíbe ser homosexual. Pensé: “Gracias por recomendarme que vuelva al armario y a la clandestinidad”. Entiendo la idea de que cuanta más visibilidad haya más se va a ayudar, pero no lo comparto. La visibilidad de los occidentales a la población de Dubái no le importa, ellos ven turistas que llevan dinero, no ejemplos a seguir.
Es como pretender que las suecas de la España de los sesenta acabaron con el régimen de Franco; pues mira, no. Las suecas se ajustaron a una dictadura de mierda y no tenían ninguna intención de derribarla. No puedes visibilizar nada porque esa misma visibilidad hace que te metan en la cárcel o te saquen del país. No creo que se les ayude así; menos aún con ese tipo de estereotipo sobre el turismo, con fiestas súper fantásticas y súper exclusivas. Ningún gay paga la cuenta y dice ‘oye, aquí está el dinero, pero a ver si arreglan los derechos humanos por aquí’.
Paco Ramírez, director del Observatorio contra la LGBTfobia
Desde el colectivo LGTBIQ nos ha parecido bastante frívolo jugar con un tema tan serio como es la homofobia de Estado en un país donde puedes acabar en la cárcel 10 años; consideramos irresponsable tanto el contenido como la forma del artículo, destinado claramente a un público muy específico. Deberíamos ser los más concienciados y sensibilizados con esto y deberíamos tratar de boicotear el turismo de estos países, no hacerles ninguna concesión hasta que sus autoridades no hagan cambios en cuanto a Derechos Humanos, no solo los nuestros, sino los de toda la población.
Tal vez en lugares donde las leyes no son tan estrictas, donde el rechazo a los homosexuales es social pero no legal, tal vez, el turismo podría servir de palanca de cambio. Pero no en lugares como Dubái, donde no puedes comportarte con libertad, no puedes ser tú. Si no puedes ser tú públicamente porque pueden penalizarte por ello, ¿cómo vas a cambiar la mentalidad de la población? Solo en países donde las grietas no son tan profundas el turismo de colectivos como el LGTBIQ puede contribuir a aumentar las libertades.