Material particulado, el sexto peor asesino del mundo
La exposición al aire contaminado provocó 6,1 millones de muertes por enfermedad cardiaca y accidente cerebrovascular, cáncer de pulmón, enfermedad pulmonar crónica e infecciones respiratorias.
La conclusión del Estado Global del Aire es escalofriante: el 95 % de la población mundial vive en áreas que exceden los límites de contaminación del aire establecidos por la Organización Mundial de la Salud. En otras palabras, la sociedad que inventamos para tener una vida más cómoda y segura, con sus industrias, automóviles y sistemas de trasporte masivo, se está volviendo en contra nuestra. El material particulado lanzado a la atmósfera nos está matando.
El informe, cuyos resultados fueron presentados ayer por el Instituto de Efectos de Salud y el proyecto Global Burden of Disease del Instituto de Métricas de Salud y Evaluación, estableció que el material particulado menor o igual a 2,5 micrómetros en diámetro aerodinámico, conocido como PM2.5, se ha convertido en el sexto factor de riesgo más alto de muerte prematura. Un poco honroso lugar al lado de conocidos asesinos como hipertensión, tabaco, azúcar, obesidad y colesterol.
Los expertos calculan que la exposición mundial al material particulado provocó 4,1 millones de muertes por enfermedad cardíaca y accidente cerebrovascular, cáncer de pulmón, enfermedad pulmonar crónica e infecciones respiratorias en el año 2016. En este punto, el material particulado mata más personas que el consumo de alcohol, la inactividad física o la ingesta alta de sal.
Si a este asombroso número de muertes se añaden las que provoca el ozono, otro componente importante de la contaminación del aire exterior, y las muertes asociadas a la exposición a la contaminación del aire dentro de los hogares (que resultan del uso de combustibles sólidos como carbón, madera y estiércol para cocinar y calentarse), la cifra se eleva hasta 6,1 millones, el 11 % del total de fallecimientos en el mundo. China e India representaron más de la mitad del número de muertos.
Colombia, comparada con sus vecinos, no luce tan mal en términos de calidad del aire. El promedio anual de material particulado para el país es más bajo que el de países centroamericanos como El Salvador, Honduras y Nicaragua; también es menor que Venezuela y México. Los panameños y costarricenses, por su parte, respiran aire más limpio que los colombianos. No se trata de un parte de tranquilidad. El límite de seguridad establecido por la Organización Mundial de la Salud es 10 μg/m³ y el promedio en Colombia fue 17 μg/m³ para 2016.
Una cifra que debe ser tomada con cautela para ciudades como Bogotá y Medellín, donde los niveles de contaminación fácilmente la sobrepasan. En la capital antioqueña, por ejemplo, el pasado 6 de marzo, 12 de las 18 estaciones de medición registraron condiciones críticas con más de 40 μg/m3.
Las repetidas alertas rojas en la calidad del aire llevaron a 66 entidades públicas y privadas de la ciudad a firmar el Pacto por el Aire. La estrategia liderada por la Alcaldía de Medellín, el Ministerio de Ambiente, la Procuraduría y otras instituciones y empresas, determinaron 424 compromisos para frenar el fenómeno. Sin embargo, colectivos ciudadanos señalaron que el 71,2 % de esas metas no eran verificables y el 68,8 % tendrían un impacto bajo o muy bajo.
El caso de Bogotá no es muy distinto. Aunque la ciudad avanza en las mediciones de calidad de su aire y medidas complementarias, aún no se toman decisiones drásticas. Una gran oposición política y ciudadana se ha despertado ante una licitación para que la empresa Transmilenio adquiera 1.383 buses nuevos. Mientras la Alcaldía insiste en que la mayoría sean buses de diésel, los más contaminantes, los opositores insisten en que es la mejor oportunidad para pasar a buses eléctricos con menos emisiones.
“La reducción de la contaminación del aire y su carga para la salud requiere identificar y tomar medidas para controlar las principales fuentes que contribuyen a ellos. Las medidas para reducir la contaminación del aire deben abordar no solo la quema de carbón a gran escala por las plantas de energía y las industrias, sino también el uso de carbón o diferentes formas de biomasa para calefacción y cocinas en millones de hogares pequeños en todo el mundo”, concluyeron los autores del reporte.