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Este es el panorama más actualizado de la pesca artesanal en Colombia

En la cuenca del Magdalena se ubican la mayoría de los pescadores artesanales del país.

Investigadores de la Universidad del Magdalena, en conjunto con la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (AUNAP), vienen trabajando desde el año 2012 en consolidar una plataforma informática robusta que responda, a partir de estadísticas, a preguntas como ¿Dónde se concentra el mayor número de unidades de pesca? ¿En qué zonas del país están los sitios de desembarco? Y ¿Qué recursos están aprovechando más los pescadores artesanales en Colombia?

El Servicio Estadístico Pesquero Colombiano (Sepec) es el resultado de ese arduo trabajo; una herramienta que colecta, analiza y divulga información estadística sobre desembarcos, aspectos biológico-pesqueros de las principales especies y cifras sobre la producción y comercialización pesquera marina y continental de Colombia.

Este año, por primera vez, se realizó una encuesta de inventario de las pesquerías artesanales del país, exceptuando San Andrés, Providencia y Santa Catalina, y la Ciénaga Grande de Santa Marta. En total se registraron 21.885 unidades económicas de pesca, la mayoría en la cuenca del río Magdalena (47%) seguido del litoral del mar Caribe (17%), el litoral del océano Pacífico (15%), la cuenca del río Atrato (9%), la Orinoquía (5%), la cuenca del río Sinú (5%) y la Amazonía (2%).

“Para el 2018, un escenario ideal debería ser reconocer la necesidad de analizar 178 sitios de desembarco, de los 826 que identificamos en el país, y no los 100 que pudimos monitorear entre marzo y noviembre de este año”, explica Luis Manjarrés, experto en recursos marinos y sostenibilidad, y líder del proyecto. “Aunque las estadísticas pesqueras deben ser continuas en el tiempo, los recursos económicos limitan la labor”.

El equipo de expertos visitó 165 municipios de 27 departamentos, en 5 cuencas hidrográficas, registrando aproximadamente 73.722 pescadores, el 42 por ciento ubicados en la cuenca del Magdalena, la gran arteria fluvial del país.

En el Caribe, las principales unidades de pesca están en Caño Lobo, Bahía de Cispatá, Puebloviejo, Taganga y Coveñas. En el Pacífico están en Buenaventura, Timbiquí, El Charco, La Tola y Tumaco. En el río Atrato, se ubican en Montaño, Río Sucio, Domingodó y Beté. En la Orinoquia están en Puerto Carreño, Caño Negro, San José del Guaviare, Barrancominas y Monserrate. Mientras que en la Amazonia se registran en Puerto Asís, La Pedrera, Cartagena del Chairá, Leticia y Puerto Leguízamo-La Paya.

“Este es un aporte muy significativo para conseguir la información necesaria que ayude a evaluar la condición social y económica del sector pesquero en términos de empleo y seguridad alimentaria, y especialmente en lugares tan apartados que atraviesan un contexto de posconflicto importante”, explica Luis Orlando Duarte, miembro del equipo de investigación de la Universidad del Magdalena.

La pesca artesanal contribuye a la seguridad alimentaria y a la erradicación de la pobreza al proporcionar alimentos, ingresos y empleo a millones de personas. Las mujeres representan alrededor del 50 por ciento de la mano de obra en la pesca artesanal, en particular en la elaboración y el comercio.

Frente a uno de los mayores desafíos mundiales —cómo alimentar a más de 9.000 millones de personas para 2050 en un contexto de cambio climático, incertidumbre económica y financiera, y aumento de la competencia por los recursos naturales—, la comunidad internacional adquirió compromisos en septiembre de 2015, cuando los Estados miembros de las Naciones Unidas aprobaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, en los que se fijan algunos objetivos relacionados con la pesca, la seguridad alimentaria y la nutrición.

No obstante, “la disminución de los recursos pesqueros, la degradación de los hábitats acuáticos, el desplazamiento de algunas comunidades que entran en competencia con otros sectores más potentes por el acceso a la tierra y el agua, las desigualdades económicas, la falta de acceso a servicios básicos, y la participación limitada en la toma de decisiones, que con frecuencia dan lugar a políticas y prácticas desfavorables tanto dentro como fuera del sector, son algunas de las principales amenazas”, advierte la FAO en su informe ‘El estado mundial de la pesca y acuicultura 2016’.

A eso, ahora, habría que sumarle el calentamiento de los cuerpos de agua, el aumento del nivel del mar, la acidificación de los océanos, los cambios en los regímenes meteorológicos, la contaminación y 
el aumento de la población que de una u otra manera impactan la pesca artesanal.

“Un reto importante es el manejo pesquero participativo, pues si partimos de la premisa de que la Aunap no tiene el personal suficiente para monitorear y controlar el cumplimiento de las normativas que ya se han establecido, pues debería manejarse un esquema de gobernanza con las comundiades pesqueras, donde ellos se sientan empoderados y puedan aplicar su conocimiento ecológico tradicional”, dice Manjarrés.

Por el momento, la investigación no analiza los impactos del cambio climático, la deforestación, la minería, la sedimentación o la construcción de hidroeléctricas en la actividad pesquera artesanal.

Sin embargo, sí da un panorama sobre los recursos que más se están aprovechando. Los peces y los crustáceos llevan la delantera, siendo el jurel común, el bocachico, el bagre tigre, el pirabutón y la mota, algunos de los que más se extraen y comercializan.

La creencia de que los recursos pesqueros son ilimitados se ha venido desvaneciendo en las últimas décadas. La excesiva demanda de pescados y mariscos provoca una fuerte presión no solo sobre los recursos pesqueros comerciales, sino también sobre muchas otras especies que son capturadas de manera incidental, ocasionando que algunas poblaciones de especies disminuyan de manera radical”, afirma Mar Viva.

La organización, por eso, viene promoviendo con bastante insistencia el uso de artes de pesca responsables, el respeto a las vedas, a las tallas mínimas de madurez de las especies, a pescar únicamente especies no-amenazadas, a usar sólo artes amigables con el ambiente, a realizar una adecuada manipulación del producto pesquero y a promover un monitoreo pesquero participativo, donde las comunidades sean las protagonistas.

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