La inexplicable marea de algas que ahoga al pez volador
La creciente presencia de masas de sargazo, de la que aún se busca origen y explicación, dificulta la vida de unos pequeños pescadores caribeños ya de por sí vulnerables
“A mí me da igual. Yo me busco la vida. Y si no se puede salir a faenar porque el sargazo ha bloqueado la orilla, ese día hago pesca submarina”, se vanagloria Alan Bradshaw, un experimentado y polivalente pescador de la costa este de Barbados. “A mí, que pesco sobre todo barracudas, estas algas incluso me vienen bien, porque atraen a mis presas. Pero a otros sí que les está afectando, porque los peces grandes que acuden a los bancos se comen otros más pequeños”, explica al atardecer sobre un pantalán de madera, mientras sus compañeros despiezan las capturas del día.
Las primeras referencias a esta alga marina marrón se remontan a la primera expedición americana de Cristóbal Colón (1492), cuando las carabelas cruzaron lo que se conoce como Mar de los Sargazos, frente a la costa de lo que hoy es Estados Unidos y en torno al triángulo de las Bermudas. Los marineros portugueses que pasaron más tarde bautizaron el alga al comparar aquellos bosques oceánicos con un arbusto al que llamaban sargaço (Cistus monspeliensis). Durante siglos, la zona fue temida y considerada un cementerio de barcos, porque la densidad de la vegetación marina y su capacidad para flotar dificultaban la navegación.
En los últimos años, la llegada de grandes masas de sargazo es una constante en las costas caribeñas, de Barbados a Jamaica y de Santa Lucía a Cancún (México). Desde un avión, parecen un interminable archipiélago de islotes marrones. “Es una presencia nueva, desconocida antes de 2011 salvo en las islas más septentrionales”, señala Hazel Oxenford, catedrática de Ecología Marina de la Universidad de las Indias Occidentales. El fenómeno está alterando los ecosistemas costeros y afectando al turismo —una importante fuente de ingresos para la mayoría de países de la zona—al llenar las playas de poco estéticos y a menudo malolientes matojos de algas. En Barbados, además, está afectando a un animal muy importante: el pez volador (Hirundichthys affinis). Y a quienes viven de él.
La relevancia de esta especie en la isla más oriental de las Antillas Menoresse observa desde el momento en el que uno cambia dinero: la moneda de un dólar barbadense (unos 0,40 euros) lleva la imagen de un pez volador. Los últimos datos indican que las capturas anuales son casi dos tercios de toda la pesca del país y alcanzan un valor de unos 15 millones de dólares.
Es sábado por la mañana y en el mercado de pescado de Bridgetown, la capital, no hay quien pare. Los tenderos gritan, cortan, despiezan y limpian. Los clientes preguntan por el precio. Los operarios del puerto adyacente van y vienen con cajas y palés. Vernal Nicholls, más de 30 años en el sector, es la presidenta de la organización nacional de pescadores y también de la red caribeña de estas agrupaciones. “Si hoy no tuviéramos peces voladores para vender, en el mercado no habría prácticamente nadie”, asegura. “Eso te da una medida de qué especies son las que más empleo generan aquí”, añade.
La pesca, procesamiento y venta de este pescado emplea al menos a 2.800 personas: uno de cada 100 habitantes de Barbados. Y según Nicholls, sostiene a cerca de 6.000. En general, los productos marinos son una de las principales fuentes de alimento local de un Estado que, como la mayoría de los archipiélagos vecinos, produce mucha menos comida de la que necesita. La isla afronta cada año una factura de importaciones alimentarias de más del 10% de su PIB.
Nicholls, como los informes oficiales, se queja de la falta de datos sobre las capturas y el estado de los bancos de peces, y también sobre la pesca ilegal que perjudica a los locales. Las cifras de pesca fluctúan de año a año (2.680 toneladas en 1998 frente a 922 en 2006, por ejemplo), pero la tendencia es claramente descendente, de hasta un 50% menos. “Cada vez hay menos peces”, sostiene la representante de los pescadores. “Y en concreto, en el caso del pez volador, estoy convencida de que se debe a factores externos, como el clima o el sargazo, más que a la sobrepesca”.
Las oleadas de algas entre 2011 y 2013 golpearon fuerte al pez volador y, por ende, al sector, evoca Nicholls. Además de atraer a sus depredadores, el sargazo “se enreda en los aparejos de pesca y puede dificultar la navegación de los barcos”, explica la profesora Oxenford. “Aunque no hay que olvidar sus beneficios en mar abierto”, agrega. Por ejemplo, los peces voladores usan los bancos de algas como lugares de desove.
Expertos como Oxenford trabajan en un modelo que permita localizar el origen de estas oleadas relativamente nuevas, que se cree que se originan en un punto distinto del Mar de los Sargazos: en algún lugar del Atlántico, pero más al sur, entre Brasil y África. “Conocer los motivos y poder predecir su comportamiento es importante para que los pescadores se puedan adaptar”, indica Iris Monnereau, experta de la FAO (agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura), que coordina un proyecto de resiliencia ante el cambio climático y sus efectos en la región.
En el pantalán de la costa Este de la isla donde Bradshaw y sus compañeros limpian los peces, la orilla está llena de sargazo, a pesar de sus continuos esfuerzos para retirarla. Monnereau cuenta que hay proyectos en marcha para transformar las algas en forraje o abono. “Pero es que hay días en los que ni siquiera se pueden botar los barcos”, lamenta el marino. “Y eso, para muchos, es un golpe duro”.
El azote del sargazo se añade a otros retos que enfrentan los pescadores locales, como la pobreza de muchos hogares que viven del mar, la falta de colaboración entre ellos, la escasez de puertos, mercados o almacenes adecuados o el alto coste de la energía y el combustible. Todos esos factores amenazan a quienes faenan en Barbados y alrededores.
Y, en concreto, al sector pez volador, símbolo nacional y hasta ahora una de las pocas fuentes de proteína local y barata en un país donde casi 14 de cada 100 son pobres y el precio de la comida (que se ha duplicado desde 2010) se mueve en niveles europeos. Tras acabar el trabajo del días y tomar unas cervezas con los islotes marrones en el horizonte, Bradshaw y sus colegas cenarán algo. Es muy probable que sea pescado frito.
UNA DE LAS ZONAS DE PESCA MÁS SOBREEXPLOTADAS
La zona pesquera donde se encuentran el Caribe y muchas pequeñas islas como Barbados está entre las cinco áreas más sobreexplotadas del mundo, según la FAO (agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura). Los bancos de peces han caído casi a la mitad desde la década de los ochenta, y el 44% de los stocks se están explotando a niveles insostenibles.
Además, la pesca ilegal (o aquella que no se declara) representa entre un 20% y un 30% de las capturas. “Hay una gran presencia de barcos extranjeros que, en muchos casos, faenan saltándose las reglas”, señala Carlos Fuentevilla, experto de la FAO. Vernall Nichols, la representante de los pescadores de la región, coincide con Fuentevilla en que falta coordinación entre los pescadores para hacer frente a esas amenazas externas. “Cada uno va un poco a lo suyo, somos muy individualistas”, opina Nicholls. “Y no puede existir un buen manejo de las pesquerías sin organizaciones de pescadores sólidas”, sostiene el experto de la FAO, que trabaja para fortalecer esas asociaciones y también la colaboración entre los países de la región.