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Malestar en la cuna de las minas de oro de Venezuela

SEGUNDA PARTE DEL ESPECIAL SOBRE EL ARCO MINERO

Aunque el mineral se explota ilegalmente, es comprado por compañías mineras para hacerlo pasar como legal. Mientras tanto, bandas armadas y ejército controlan la vida de los trabajadores.

Si hay un lugar que respire tradición minera en Venezuela es El Callao. Este pueblo en el estado de Bolívar cambió para siempre en 1853, cuando se descubrió oro. Varias empresas extranjeras operaron en minas de la zona, pero es Minerven, una compañía creada en 1970 y nacionalizada cuatro años después, la que ha explotado más el oro de El Callao.

Mineros locales afirman que trabajar para Minerven daba estatus, un empleado usaba con honor el uniforme de la compañía, pero las cosas han cambiado con los años.

La compañía se ha venido abajo. Las plantas de producción han sido desmanteladas y no se alcanzan las metas anuales de producción ni de cerca. Mientras tanto, muchos grupos armados comenzaron a tomar el control de las minas más grandes que rodean el pueblo. Hace un año, el ejército venezolano reforzó la militarización de la zona —para su propio beneficio según muchos alegan— y desde entonces no ha parado de combatir a las bandas armadas, ni de matar a sus miembros.

La minería en El Callao pertenece al proyecto del Arco Minero, un área rica en minerales que representa el 12 % de Venezuela y que el gobierno de Nicolás Maduro pretende explotar, a pesar de que atraviesa selvas como La Paragua y las cuencas de los ríos Orinoco y Caroní. Unas cuatro empresas mixtas reclaman su parte de El Callao, pero una visita basta para entender que la minería legal y la ilegal van de la mano.

El problema no es sólo que la mayoría de la población está involucrada directa o indirectamente con el proceso rudimentario de extracción de oro, sino que la minería y la vida del pueblo están estrechamente vinculadas. En El Callao no se puede caminar más de un minuto sin encontrar a un comerciante de oro, pero es difícil encontrar una panadería o un supermercado. En las noches, cuando la mayoría del comercio cierra y muchos mineros se dedican a beber, algunas personas barren frente a las tiendas de oro, no sólo para limpiar, sino para encontrar el preciado metal. Los trozos que recogen son las virutas que produce la quema de oro con mercurio, una actividad que se hace frente a las tiendas para que el humo tóxico no se cuele puertas para adentro, o las pepitas que se le cayeron a algún vendedor descuidado.

En 2017, para mediados de noviembre, el Banco Central de Venezuela (BCV) recibió 5.992 kilos de oro, todos de Minerven. “El Callao está manteniendo a Venezuela”, comenta el dueño de una casa de empeño en la plaza central del pueblo. Sin embargo, de acuerdo con varios mineros y miembros del personal de Minerven entrevistados para este reportaje, el oro no proviene originalmente de la empresa, sino de minas ilegales y de pequeña escala.

“No puedo afirmar que Minerven negocia con minas ilegales, porque en papel no es así”, afirma una fuente en Minerven. “Estamos autorizados para comprar material de 17 a 18 asociaciones de productores artesanales de oro, pero sabemos que ellos se lo compran a mineros ilegales. Así es como se trabaja ahora. Todos los días las personas buscan tener negocios con nosotros para convertirse en legales”.

Los mineros explican que sólo una menor parte de la producción de oro de Venezuela termina en las arcas del BCV. La mayoría es traficada hacia el extranjero por el Ejército y el crimen organizado. “Seis mil kilos no son nada”, afirma el general retirado Cliver Alcalá Cordones. Cerca de 80 % del oro de Venezuela sale ilegalmente del país en aviones de contrabando hacia Aruba y Curazao, de acuerdo con Alcalá.

Desde el siglo XIX, varias compañías internacionales de Francia, Reino Unido y Rusia, por mencionar algunas, entraron a la región para minar las vetas ricas en oro que no sólo rodean el pueblo, sino que están justo debajo de él. Por eso, poco a poco los vecindarios del centro del pueblo se han convertido en minas. Es común que una casa tenga unos pocos molinos en su patio, cerca de hoyos en el suelo que no son un mal sistema de aguas residuales, sino túneles que conducen a varias galerías horizontales de minas.

“Por dos años ha habido enfrentamientos porque hay muchas zonas mineras”, dice un minero local de El Callao. “Muchas zonas son grandes vecindades con minería, y si una comunidad tiene mucho oro, otra querrá entrar ahí, no sólo a trabajar, sino para robar a mano armada y deshacerse de la gente que tiene el oro que ellos quieren llevarse”.

La presión de las armas

Sectores aledaños a El Callao son llamados Colombia, Perú, Chile, entre otros nombres dados por compañías mineras en el pasado. Las minas se convierten en pueblos y los pueblos se convierten en minas que de momento son operadas por mineros ilegales de pequeña escala. Trabajan bajo la presión de bandas armadas locales que colaboran con el ejército. Mientras tanto, intrusos desconocidos que por años han manchado de sangre a El Callao se pelean por el control territorial.

“Estos grupos armados son llamados bases. Antes había tres, ahora hay sólo una [a cargo]”, explica un minero. Varias zonas aún tienen recuerdos de otras bandas armadas. “Pequeñas bases todavía están activas entre la gente”. De acuerdo con el minero, las que están en El Perú son las más terribles. Los choques ocurren con frecuencia.

En septiembre, antes de nuestra visita a ese pueblo, en un sector que está bajo el dominio del criminal conocido como el “Toto”, ocho personas murieron en un enfrentamiento con el Ejército.

La camioneta en la que nos transportamos es conducida por el personal de Minerven y deja El Callao para visitar las minas ilegales cerca del pueblo. Aquí, las plantas de extracción mineral basadas en el uso prohibido de mercurio producen el oro que venden a la compañía estatal.

“Venga con nosotros”, grita nuestro conductor a un comandante del Ejército, quien ya espera por nosotros en un jeep negro. Manda a un soldado armado en la parte trasera de la camioneta y nos escolta. Pasamos varias alcabalas antes de entrar en El Perú, una zona minera aledaña. El área está completamente militarizada, pero el peligro viene de las colinas donde las bandas armadas bajan a tomar control de las minas. La situación se hizo evidente cuando seis locales fueron abatidos en una balacera entre bandas la noche anterior a nuestra visita.

“Si uno se porta bien, nada le pasa”. Uno de los mineros que operan en un molino pequeño en el que se procesa el oro explica que la “vacuna” consiste en cuatro o cinco gramos mensuales por molino que se cancelan a una de las bandas armadas. Con el rostro calmado, añade: “Si no, uno sube [al cerro] y ellos prenden la motosierra”.

Abundan las historias de horror sobre tumbas masivas y desmembramientos. Las bandas son conocidas por desaparecer a personas en los cerros circundantes. El Dorado en El Callao

El personal de Minerven dice que más de 30.000 mineros trabajan en las virutas de oro de El Callao y en las adyacencias. Muchos de ellos son migrantes que llegaron a la región como resultado de la crisis y la falta de empleo en el resto del país. Uno de esos trabajadores sale trepando de un túnel improvisado, seguido de su sobrino de 15 años. “Si no trabajo en las minas, no tengo manera de mantener a mi familia”, apunta el antiguo carpintero.

Cerca de la mina en El Perú descansa Minorca Maurera. Es una madre soltera de 23 años que trabajó en una panadería antes de venir a El Callao. “El salario mínimo no alcanza, soy madre de tres niños. Renuncié por el bajo salario y vine a este lugar. Es un poco duro, pero me ha ido bien. Ahora puedo sostener a mis hijos”. Los vecindarios polvorientos están llenos de pequeñas chozas de madera improvisadas llenas de migrantes mineros y nativos de El Callao. Más de un siglo y medio de extracción de oro le ha traído a la población local de todo menos ricos y riquezas, lo que hace que aún un chavista acérrimo desconfíe del Arco Minero.

“El Arco Minero ha funcionado para encubrir muchas cosas”, razona Darwin Lizardi Tabor. A sus 28 años es coordinador local de Juventud del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), el partido de gobierno, y usa una gorra roja de Minerven cuando lo conocemos. “Hombre, el Arco Minero como tal no ha funcionado. Te lo digo yo, que soy chavista, pero hay que decir las cosas como son. Esto es un camuflaje. No sé por qué. Porque al final nos daña a los mineros y al pueblo”.

Lizardi es oriundo orgulloso de El Callao, pero los tiempos han cambiado. Él explica que su madre creció en una época más calmada, “cuando uno podía dejar la puerta de la casa abierta toda la noche y nadie entraba”. A pesar de esto, la madre de Lizardi, de 66 años, contempla dejar el hogar que ambos llevan en el corazón.

“El minero es un sucio que camina en las calles. Gana 300.000 bolívares (unos $80.000), bebe cerveza y al próximo día no tiene nada y necesita 0,3 o 0,4 gramas de oro para traer comida a su hogar. Un minero no viviría así si el Arco Minero estuviera funcionando”.

El mercurio en manos desnudas

Seguimos hablando en un bar cerrado para foráneos, mientras mineros y alcohol se convierten en una combinación explosiva. Lizardi ordena más cerveza y sigue su discurso sobre la falta de infraestructura estatal y de medicinas mientras los locales le entregan su oro al Gobierno. “Gracias al minero, a este minero, que baja en un túnel de 100-120 metros, el Estado tiene cuatro toneladas de oro”.

El Arco Minero recibió muchísimas críticas en la prensa venezolana, más que todo por su impacto ambiental futuro, por involucrar a bandas armadas y por su presencia en territorios indígenas. En octubre, el ministro para la Información y Comunicación salió al contraataque y publicó un artículo en el que culpa a la prensa de criminalizar a los mineros artesanales y de pasar por alto que 250.000 personas dependen directa o indirectamente del Arco Minero. “Todo el oro sería invertido en trabajo social en el municipio de El Callao y ahora ni siquiera llega una ambulancia”, explica Lizardi, quien sostiene que el Gobierno le ha prometido mucho al pueblo de El Callao.

Tener un ingreso determinado por la suerte y el trabajo duro en vez de solamente trabajar por horas es parte de la cultura minera. “De momento, nadie recibe un salario. Uno trabaja para conseguir oro y el dinero es de uno”, dice Eduardo Gutiérrez, un hombre 43 años de El Callao que trabaja en uno de los molinos en El Perú.

Gutiérrez está satisfecho con el precio que ofrece Minerven por su oro y aguarda con esperanza que el proyecto del Arco Minero le envíe más recursos y equipos, pero un ambiente de trabajo seguro todavía falta. Con las manos desnudas toca el agua mezclada con mercurio mientras raspa una masa de amalgama de oro de un plato. Acto seguido, calienta los residuos con gas para apartar los minerales, sin hacer ningún esfuerzo por cubrir su rostro del humo tóxico del mercurio.

Varios científicos han alertado sobre la contaminación por mercurio en El Callao, que puede ocasionar daños neurológicos a los mineros y ser la causa principal del autismo en niños pequeños. “Desórdenes neurológicos y problemas en riñones, pulmones y piel son las consecuencias más comunes en la salud”, afirma Marianella Herrera, directora del Observatorio Venezolano de la Salud, en Caracas.

La oscura simbiosis entre la minería legal y la ilegal es casi obvia. La situación de El Callao no es la excepción sino la regla. Cerca del 91 % del oro explotado en Venezuela es ilegal, de acuerdo con una investigación de la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional. Pequeños lotes de oro se vuelven joyería y luego se contrabandean, por ejemplo, hacia las islas del Caribe. Así como, en diferentes partes de Venezuela, el ejército corrupto transporta grandes lotes a rutas costeras por Colombia y Brasil. Apenas una pequeña parte del oro termina en manos del Estado. Esto demuestra, como mencionó Lizardi, porqué el Arco Minero es fachada para la corrupción.“Recuerdo cuando el comandante Chávez habló del Arco Minero [en 2011] y que el estado Bolívar debía convertirse en una potencia en Venezuela. ¡Y así no dependeríamos del petróleo!”, rememora el joven, desilusionado. “El Arco Minero ha servido para cubrir la corrupción dentro del Gobierno”.

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