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Crecen las Ecoaldeas en México: una forma de vida diferente y sustentable

El interés por generar el menor impacto al medio ambiente en sus acciones cotidianas mueve a las cerca de 100.000 ecoaldeas que existen hoy en el mundo, y que en Latinoamérica vienen creciendo en cantidad, con la creación de comunidades que comparten mucho más que un estilo de vida.

La mayoría tienen fondos comunes en los que recaudan parte de sus ingresos para sostener labores comunitarias, generan sus propios alimentos orgánicos y saludables, se autoabastecen de agua captando la que les brindan las lluvias con procesos de filtración y purificación, distribuyen de forma equitativa sus terrenos y construyen espacios sociales para uso colectivo.

Aunque algunas de ellas comparten algunas de estas características, “no hay ninguna ecoaldea igual a otra”, aclara Beatriz Arjona, representante de Casa Latina, el consejo de asentamientos sustentables de Latinoamérica, y miembro de la Red Global de Ecoaldeas (GEN, por sus siglas en inglés, Global Ecovillage Network), entidad que agrupa iniciativas de este tipo desde México hasta la Patagonia.

La conformación de ecoaldeas a nivel global y en la región no es algo reciente, pues existen desde mediados del siglo pasado. Sin embargo, sí hay un fenómeno reciente en cuanto al incremento –”aunque a ritmo lento”– en la conformación de estos asentamientos humanos que, de acuerdo con Arjona, deciden vivir juntos soportándose en cinco pilares de sustentabilidad: económica, ecológica, social, comunitaria y holística o de visión del mundo.

Diferentes, pero con una misma idea en común: ecologismo

“Cada ecoaldea tiene su propia idiosincracia, su norte, según su cultura, sus raíces, según los intereses y habilidades de sus integrantes. Hay algunas que tienen una economía compartida, es decir que todos los dineros entran a un fondo común. En otras, cada familia es autónoma en su generación de ingresos, pero hay fondos comunes para los gastos de administración del sitio”, explica la vocera de Casa Latina.

En lo que sí coinciden todas es en el acuerdo por una sustentabilidad integral, y en dar pasos “concretos para ser cada vez más sostenibles en todos los pilares”, dice. Algunas ecoaldeas cuentan con emprendimientos comunitarios que generan fondos comunes para todos los integrantes que hacen parte del proyecto, en áreas como educación, cursos online, turismo no convencional, desarrollo de productos y servicios que son diseñados dentro de la comunidad como alimentos orgánicos, procesados o crudos; paneles solares o guadua inmunizada.

Arjona explica que en Latinoamérica las ecoaldeas son iniciativas pequeñas en comparación con las que existen en Europa, donde son conformadas por hasta 1.000 personas –“aquí cuando hay 15 miembros ya decimos wow”–. En la actualidad hay nodos nacionales en países como Colombia, Ecuador, Perú, Chile, México, Venezuela, Uruguay, entre otros, pero aún faltan que se sumen algunos más donde “no hemos logrado generar este espacio articulador”, plantea Arjona.

FORRES, SCOTLAND - MAY 14: People sit outside the Community Centre building at Findhorn Foundation's Park Ecovillage on May 14, 2018 in Forres, Scotland, United Kingdom. The Findhorn Foundation has two main sites: The Park next to Findhorn Village and Cluny Hill in Forres. The foundation is a spiritual community, an ecovillage and a learning centre, offering a broad range of holistic workshops and events, as they work in co-creation with the intelligence of nature. (Photo by Yuriko Nakao/Getty Images)

Ecovilla de la Fundación Findhorn en Forres, Escocia, una de las más conocidas y referenciadas de Europa (foto Yuriko Nakao/Getty Images)

La ecoaldea más antigua de Latinoamérica

Huehuecotoyl se encuentra en Tepoztlán, en el estado de Morelos, al sur de Ciudad de México. Es conocida como la “tribu de los coyotes”, cuenta Verónica Sacta, integrante de esta ecoaldea que existe hace cerca de 38 años.

Esta es una de las referentes cuando se habla de estas comunidades en Latinoamérica. Sacta explica que en ella cada familia renta su espacio, y el dinero recolectado es usado para pagar servicios de administración de labores como el mantenimiento de sus zonas comunes.

“Algunos de los miembros ofrecen sus servicios dentro de la ecoaldea; también se organizan cursos y talleres de capacitación”, relata la mujer, quien agrega que cuentan con una huerta orgánica donde siembran lechuga, cebolla, zanahorias, hortalizas, frijol, tomate, plantas medicinales, y todos los que habitan allí pueden aportan para que se mantenga esta producción, con la posibilidad de acceder a esta y consumirla, generando hábitos de alimentación “orgánica, sana y equilibrada”.

En sus terrenos poseen un bosque comestible, que cuenta con veinte tipos diferentes de árboles frutales, algunos endémicos, otros con especies adaptadas, de los cuales se abastecen durante todo el año.

En Huehuecoyotl cuentan con baños secos, que a través de la compostación y la desecación degrada la materia fecal, evitando el desperdicio de agua. Además, mediante biofiltros purifican y recolectan el agua de lluvia para su reutilización. Para ello poseen una cisterna que almacena hasta 400 litros, de esta forma se autoabastecen de este líquido.

Cuenta Verónica Sacta que cuando fue creada la ecoaldea en el terreno que hoy ocupan, este fue distribuido entre los fundadores en casas de 300 y 600 metros cuadrados, dependiendo si estaban solos o en pareja, para mantener la equidad en el bien que habían adquirido.

Hoy son 14 casas, y hay otros espacios comunitarios como un teatro, una casa comunal, una cocina, y algunas habitaciones reservadas para huéspedes que suelen visitarlos durante el año, la mayoría extranjeros.

Allí habitan los abuelos de comunidad, quienes son los fundadores de la ecoaldea, también algunos de sus hijos y sus nietos. Otros se han ido a conformar sus propias ecoaldeas en regiones cercanas.

Ecoaldeas en la Rivera Maya

En esta región del Caribe mexicano también se han asentado comunidades similares. Steph Ferrera vivió en Sacbe, una ecoaldea ubicada en Playa del Carmen, que existe hace unos 25 años y es habitada por cerca de 50 familias. Sin embargo, ahora está creando otras en Puerto Bravo, más al sur de Quintana Roo, también en Tulum y otras sedes en Wajaca y Chipas.

En Sacbe, cuenta Ferrera, no había mucha organización colectiva ni gestión comunitaria, si bien había un trabajo bien logrado en el cuidado de los cenotes, uno de los principales atractivos turísticos de la región, pero “era muy complejo que todos los miembros pagaran una cuota de administración”. Tampoco tenían una producción propia de alimentos, se lamenta, aunque destaca acciones como la construcción de viviendas amigables con el medio ambiente, usando elementos que la naturaleza del lugar les suministró e instalando paneles solares –nutriéndose del sol de la Riviera Maya– y molinos para generar su propia energía con sistemas de almacenamiento a través de generadores.

Por este motivo quiso crear una ecoaldea por cuenta propia, denominada Nosamo, en la que “sí será importante cuidar el fondo común”, aplicando un modelo de “ecoSInuestra”, una alternativa de economía social y solidaria, en la que se comparten saberes y conocimiento de manera sustentable desde los pilares compartidos por Beatriz Arjona en los párrafos iniciales, y entre otras cosas producirán su propio alimento.

Su proyecto comprende la construcción de ecoescuelas, para intercambiar el conocimiento y difundir aspectos como el cuidado de los huertos, de los suelos y las tierras, la producción de jardines comestibles, entre otros.

En estos casos se refleja un estilo de vida que, sin duda, no es para todas las personas, pues requiere de unas renuncias que, en un mundo invadido de desarrollos tecnológicos e hiperconectado, no son fáciles de asumir. ¿Estarías dispuesto a ello?

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