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Turismo de Naturaleza y viajes de salud

Viajar a la naturaleza, el mejor antídoto para reducir el stress (II)

Como medico puedo afirmar que la Naturaleza cura a las personas

 

En la última entrega, les había dejado dándole vueltas a una foto, una pregunta que nos dejaba intrigados… ¿Cuál será la respuesta que me darán? ¿Cuál será la que yo les podría dar?

 

Durante la lectura de esa entrega, aprendimos muchas cosas. Y son cosas que pueden aplicar a sí mismos y a sus clientes en las experienciasoutdoor. Por ejemplo, que el estrés es algo natural, y hasta deseable en determinadas circunstancias y dosis. Que la ansiedad eran ese agobio y esas sensaciones asociadas a ciertas situaciones estresantes. Y quizá una de las cosas más sorprendentes: que ustedes son máquinas increíbles preparadas para funcionar con un cierto grado de estrés. Hagan desaparecer todo estímulo, toda experiencia sensitiva, todo imprevisto… y se aburrirán. Y lo pasarán mal. Y puede que hasta se estresen desde dentro. Y que les entre más ansiedad.

 

Esta última es una clave más importante de lo que parece. ¿No les suena a algo que llevo diciendo prácticamente en todos y cada uno de estos artículos? Exacto, sabía que no me defraudarían: la famosa burbuja de aislamiento del entorno. Esa capa, esa interfaz que acompaña a tanta gente y les impide relacionarse de manera directa con Natura, con la madre que los nutre. Esa enfermedad espiritual tan de ahora que les hace intelectualizar el entorno mientras llevan el ruido dentro.Aunque salgan al campo. Vivencias en primera persona pero… de segunda mano. También recuerdan otra cosa, ¿verdad? Pues sí: que como guías de naturaleza, están y deben estar capacitados para ayudar a sus clientes a vencer esa barrera y reconectar. Créanselo: ustedes son agentes de cambio.

La olla a presión…

Vamos a hacer un ejercicio. ¿Qué ven en esta foto?

Figura 1. Es pronto por la mañana, después de una noche otoñal, ya más larga y fresca.

¿Una bella jara pringosa (Cystus ladanifer L.) desperezándose de buena mañana con un baño de fresco rocío? ¡Mal! Eso ya doy por hecho que lo ven porque son muy listos. Por supuesto que es una jara y por supuesto que es bella… pero los genuinos pobladores de estas tierras hace decenas de miles de años veían algo más: agua limpia. Agua para refrescarse la boca. Agua para lavarse la cara. ¿Por qué no mostrárselo a sus clientes? Que la usen. Quién sabe los cambios en cadena que podrían producirse en las vidas de estas personas. A lo mejor sonla gota que colma el vaso.

Y esto, ¿qué tiene que ver con el estrés? Pues mucho. Vivimos vidas virtualizadas. Cada vez es todo más intelectual e imaginario y menos tangible. Este hecho puede provocar varias cosas: una es que, para nuestro cerebro, todo es real. Por lo tanto, cualquier elemento estresante virtual nos lo hará pasar tan mal como si existiese una amenaza material. La otra es que, si no damos salida exterior a lo que se nos cuece dentro… explotamos. No sé el resto de la población, pero a mí no me apetece explotar.

Como no se puede vivir en el Planeta Tierra y no formar parte de un ecosistema, las consecuencias son para las personas… pero también para el entorno y el resto de compañeros de viaje no humanos. Con razón, hay ecólogos y psicólogos preocupados por ese fenómeno tan actual como es la extinción de la experiencia. Se trata de la pérdida progresiva de las interacciones hombre-naturaleza (qué es eso de la naturaleza lo debatiremos en otra entrega…). Este problema tan poco reconocido (eso es parte del problema) nos hace perder todos aquellos beneficios del contacto con Natura. Pero además, puede acabar socavando las políticas medioambientales y la correcta gestión del entorno. Es simple: cuanto menos nos enteremos de lo que hay y cómo funciona, peor lo manejaremos. Cuanto menos conozcamos y menos sepamos (“saber” es sacarle el sabor al conocimiento), menos interés tendremos. Y esto redondea el círculo vicioso.

Por la parte humana, el estar perdidos en este mar de relaciones profesionales y personales, de todo tipo de tribulaciones mentales, de entornos artificiales, produce estrés, y por supuesto, ansiedad. Y crónicos. Y sí, explotamos. Explotamos en forma de compulsión por la comida y todo tipo de malos hábitos dietéticos hedónicos, con su interminable cadena de consecuencias.Explotamos en forma de todo tipo de adicciones. Muy remarcable el aumento de adicciones que no son a sustancias (videojuegos, apuestas, pornografía, redes sociales…). Pero también explotamos en todo tipo de formas de agresividad, sentimientos crónicos de ofensa y victimismo, etc. De estos últimos, es fácil observar ejemplos en las calles y autopistas de cualquier gran ciudad, o cómo se propagan los bulos y la desinformación.

Vean las consecuencias solo de algunos de estos factores:

Figura 2. Arriba, proporción de adultos con sobrepeso u obesidad. Abajo, los principales factores de riesgo de mortalidad en el mundoactual, y su contribución a la misma. En negrita, aparecen los factores de riesgo que se pueden atribuir a los modos de vida modernos y poco saludables. Y de ellos, la mayor parte tienen que ver con el estrés y la falta de acceso a entornos naturales (aunque no exclusivamente).

Fuente: Modificado de Our World in Data (https://ourworldindata.org/).

Cómo ser parte de la solución

Pues bien, ahí están ustedes para extinguir la extinción de la experiencia… La interacción con el entorno natural es algo tan innatamente grabado en nuestros genes que aun en el mundo virtual de las redes sociales, aparece en aquellas publicaciones más felices (celebraciones, lunas de miel, vacaciones…). Es algo atávico y necesario para el normal devenir de nuestra vida. Al menos dos horas de naturaleza semanal, y aumentará la sensación de bienestar y satisfacción con la vida propia. Unos cuantos cantos de aves, un poco de rumor de agua, y se reducirán la tensión arterial y el dolor, y mejorará el ánimo y la capacidad cognitiva. Unas excursiones a entornos verdes o acuáticos, y se reducirá el estrés y hasta la medicación para la ansiedad o para la depresión (ambas relacionadas). No me dirán que no están deseando contribuir a esa dosis que sus clientes necesitan…

Como siempre señalamos, esos efectos serán máximos si el entorno no está ahí solo para verlo. Especialmente, no pueden permitir que los niños vayan perdiendo esa interacción progresivamente generación tras generación. Y no es una frase sensiblera: está pasando actualmente y demostrado científicamente. No habrá mejor manera de completar su benigna influencia sobre los niños del grupo que ofreciéndoles tiempo y espacio (natural, por supuesto) para el juego espontáneo y no estructurado. No hay mejor entorno para multiplicar las ideas y cebar la maravillosa imaginación de un niño. Ellos solitos se lo montarán por su cuenta. Para eso están diseñados.

Es perfectamente lícito usar cauces para que esas presiones internas se liberen al exterior de maneras controladas, por ejemplo, con el ejercicio físico. Mejor eso que la explosión que comentábamos. De hecho, parece que éste se puede emplear terapéuticamente en pacientes con trastornos por ansiedad (un caso extremo de ansiedad). Quizá sin embargo, lo más inteligente sea prevenir el “recocimiento” de esa olla. Dejar que el estímulo exterior del entorno natural nos entre por los poros amablemente y baje la temperatura del caldero.Y nuestros poros son los sentidos. ¿Recuerdan todas nuestras publicaciones previas sobre los sentidos? Son unas cuantas, pero quizá esté bien releer aquella en la que acabábamos con un resumen. Y esto ocurre… exacto, me han leído el pensamiento: ocurre cuando no existe la película aislante invisible de marras. Esa que siempre estoy mencionando. A estas alturas, saben de sobra cómo guiar para que se rompa, al menos temporalmente, y entre ese soplo de aire fresco que necesitan las atribuladas almas de hoy en día.

Corolario

Yo sé que no se han olvidado de una cosa… Yo sé que siguen dándole vueltas a nuestra pregunta de la entrega anterior: ¿es este entorno estresante o relajante

Figura 3. Se levanta el Sol tras despertar de un buen vivac en mitad de la nada.

Pues bien, les comentaré que la noche estuvo llena de estímulos. Las nutrias no pararon de zambullirse y juguetear las primeras horas de la noche y las últimas de la madrugada; se escuchaba la berrea; varios arácnidos se pasearon por la cara del que allí yacía, y una claridad implacable apareció antes del amanecer, despertando por cierto a los primeros insectos volantes. La belleza del amanecer fue indescriptible, invitando inexorablemente a su admiración. Difícilmente se puede considerar aquello como una noche tranquila. A menudo, los clientes expuestos a pernoctar a la intemperie se ven bombardeados por infinidad de estímulos y comentan su dificultad para dormir. Les puedo decir que aquellas horas fueron estresantes por la cantidad de información que se colaba en el cerebro. Con mucha más rotundidad, les puedo asegurar la más absoluta ausencia de un resquicio de ansiedad. Aquella noche fue la experiencia más maravillosa y placentera posible del universo.

 

Y no olviden salir al campo y renaturalizarse…

Por Carlos Fernandez, nuestro medico de cabecera que nos ayuda en la renaturalización. La faceta más convencional la cumple como gastroenterólogo y hepatólogo asistencial, siendo también investigador traslacional y clínico en el IDIPHISA

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