El ‘boom’ turístico cambia el rostro de las ciudades en Portugal
El aumento de la inversión inmobiliaria en el país favorece la recuperación de edificios, pero dispara el precio del alquiler
A Rodrigo Azambuja le echan de casa como a media Lisboa. Pagaba, y bien, su alquiler mensual en un edificio del Chiado. Se lo veía venir, pues la mayoría de las casas vecinales ya habían sido vendidas en bloque para convertirlas en hotelitos y apartamentos de alojamiento local. El Airbnb, el alquiler de habitaciones, arrasa en las principales ciudades de Portugal y en la costa del Algarve. Imposible luchar contra la ola, Azambuja se montó en ella. Buscó por el barrio algún edificio derruido en venta y no tuvo que andar mucho; en la Bica, junto al funicular, encontró una ruina por la que había que ser valiente para dar un puñado de euros. Los dio y tres años después está a punto de ver la obra acabada. “Lo más difícil de todo ha sido encontrar obreros de la construcción, no hay y los que hay son caros y no son buenos. Cada día me paso para examinar los trabajos. Me he dejado media vida”, cuenta.
Entre el inicio y el final de la obra, las circunstancias han cambiado. Ya no podrá optar a una licencia de alojamiento local, el Ayuntamiento las ha cortado en su barrio. “Afortunadamente no era mi plan, prefiero alquileres de mayor duración”, dice Azambuja. Son siete apartamentos con vistas al río y un local comercial. “Voy a poner un bar, con bebidas y pinchos para recibir por las noches a amigos y gente agradable”.
Desde que en 2014 se aprobó la ley de Alojamiento Local, las licencias han pasado de 4.000 a 85.000, el 80% en Oporto, Lisboa y el Algarve. El 65% de ellos pertenecen a personas físicas como Rodrigo, el resto a sociedades. Lisboa ha limitado la apertura de nuevos establecimientos en los barrios históricos, como la Morería, Chiado y Alfama, donde este tipo de hospedaje supera el 25% de las viviendas. En Oporto, el 70% de todas las rehabilitaciones se destina al alojamiento local.
La presión inmobiliaria cambió el vecindario de la vieja Lisboa para ser sustituido por jóvenes extranjeros, la gentrificación. Ya con mucho daño hecho, el Parlamento aprobó el pasado año una ley que impide desalojar a inquilinos mayores de 65 años y con diez de antigüedad en su vivienda.
En Oporto, el 70% de las rehabilitaciones se destina a alojamiento local
A la oleada del alojamiento turístico tampoco ha escapado la líder del Bloco de Esquerda, Catarina Martins, muy crítica con la Comisión Europea, pero que sí ha aprovechado sus ayudas (137.000 euros de los 183.000 del proyecto) para convertir en habitaciones —a través de una sociedad familiar— cuatro pajares de su pueblo de Sabugal. En este caso se trataba de “combatir la desertificación en regiones del interior del país”.
Aunque dicen que el bum inmobiliario se está ralentizando, el precio del metro cuadrado subió un 28% el pasado año (la media nacional fue del 6,9%), según cifras oficiales. En Marvila, un barrio de la capital plagado de naves semiabandonadas y de contenedores, los pisos han subido un 80%.
“Los precios son prohibitivos para la clase media y media baja”
En 2014, una venta inmobiliaria tardaba doce meses en cerrarse, el pasado año apenas tres; pero para el actual se estima que el plazo se duplique por los elevados precios y la idea de que ya se está tocando techo. “Falta stock inmobiliario”, dice Luis Lima, presidente de la asociación de agentes inmobiliarios, APEMIP. “La oferta disponible comienza a estar completamente desajustada con la demanda existente. Los precios son prohibitivos para la clase media y media baja; incluso para un segmento superior, los elevados precios retraen a los potenciales compradores, que sienten que el mercado está demasiado caliente”.
Con muchos edificios por rehabilitar, durante estos años los Ayuntamientos han fomentado esta actividad en detrimento de nuevas licencias de construcción. Las ciudades han recuperado maravillosos edificios semiderruidos, pero, a cambio, la falta de nueva vivienda ha provocado la subida de los precios de los alquileres. Casas como los de Rodrigo no son para el portugués medio, que tiene que abandonar el centro de las ciudades, sino para los extranjeros que se enamoran de la ciudad.
“En los últimos doce meses vendimos casas a inversores de 50 nacionalidades y cada vez van a ser más”, asegura Pedro Lencastre, director de la consultora inmobiliaria JLL. “La mayoría del capital inversor es extranjero”.