Holanda: viaje al centro del orden
Este es un breve recorrido por Ámsterdam y Róterdam, principales ciudades del país europeo.
Su naturaleza es el orden. En el aeropuerto internacional Schiphol de Ámsterdam no hay lugar para equivocaciones: los visitantes encuentran un sistema organizado. A la entrada, los oficiales de inmigración hacen un par de preguntas relacionadas con el viaje. No hay mayores traumatismos (no perros de seguridad, no requisas exhaustivas); en cambio, la sensación de entrar a una suerte de paraíso del orden, un lugar en el que todo está en donde debe: las avenidas, el metro, los canales.
En Ámsterdam y Róterdam, dos de las ciudades más importantes de Holanda, hay ritmos de vida orgánicos y consonantes. Con sus particularidades –diversidad cultural en la primera y riqueza arquitectónica en la otra–, son ciudades con amplias ofertas culturales, gastronómicas y de descanso.
Este es mi recorrido por la Holanda más encantadora.
Pasada por agua
Al principio, todo era cielo, agua y pescadores junto al río Ámstel.
Entonces, en el siglo XII, Ámsterdam era un pueblo que nació, creció y se desarrolló alrededor de un dique. Su nombre –muestra del pragmatismo que en adelante caracterizaría a los holandenses– hace alusión al río y al dique (dam, en holandés).
Hoy, un día de verano que se parece más al invierno bogotano, son las 10 de la mañana. Nueve siglos después de aquel nacimiento alrededor de aquel río que desemboca en el mar del Norte, un guía español de la empresa White Umbrella Tours (quienes hacen recorridos gratuitos, con guías que trabajan por propinas) habla de la fundación de esta tierra. Explica que sus casas son estrechas, alargadas y están inclinadas hacia adelante. No se trata de un fallo arquitectónico: los holandeses están llenos de razones prácticas y dejan poco al azar.
Las fachadas de las casas extendidas a lo largo de los canales, en el barrio centro de la ciudad y el más turístico, son estrechas. Durante su construcción, que data del siglo XVI, el Estado cobraba impuestos según el tamaño del frente de la casa. Así, entre más pequeña fuese, menos pagaban los habitantes. Esto explica que en muchos casos las construcciones se hacían más grandes hacia adentro ganando espacio al fondo.
Hay casos en los que las puertas son angostas y es imposible pasar por allí un sofá o una cama, así se hizo necesaria una alternativa para las mudanzas. Con esto en mente, los arquitectos agregaron a las construcciones ganchos, que van en la punta de las casas. Aún hoy, los muebles y enseres se enganchan y se meten dentro de las casas por las ventanas. Esto explica que las casas estén inclinadas hacia adelante. Si camina entre las calles y mira hacia arriba, sentirá que el techo también lo cubre a usted, transeúnte.
“Si quieren conocer la ciudad más auténtica, caminen una calle paralela a la principal”, recomienda Álvaro, el guía de White Umbrella, una compañía de toures gratuitos. Y algo de razón tiene. Mientras que en las principales hay turistas de todo el mundo tomando alguna cerveza, haciendo fotos del concurrido museo de Ana Frank, posando junto a los canales o fumando un porro en los sonados coffeeshop, en las calles interiores hay tiendas más discretas, con menos personas y mejores ofertas.
Me permito una digresión: el estatus de la marihuana en Holanda. En 1976, el gobierno aprobó la Ley del opio, que se mantiene vigente hasta hoy y permite a los ciudadanos fumar hachís en establecimientos autorizados. Hoy en día, cualquier mayor de 18 años puede comprar hasta 5 gramos de marihuana al día en los coffeshops de Ámsterdam. En otras ciudades de Holanda depende del ayuntamiento. La gran contradicción, según explica El País de España, es que los cultivos de marihuana están prohibidos, así que “los proveedores proceden siempre del mercado negro”.
Más allá del tour
En el país hay mucho más que turismo canábico. Ámsterdam es una ciudad para caminar: tiene más de 100 kilómetros de canales, a lo largo de los cuales se concentra la vida cultural de la ciudad. Un buen punto de partida es Centraal Station (la estación central de la ciudad), desde donde salen trenes hacia otras ciudades del país y hacia otros países, como Francia o Alemania. Vale la pena conocer esta obra de estilo gótico y renacentista, inaugurada en 1889.
Una calle y un canal después está el popular Red Light District, conocido también como Distrito Rojo o Barrio Rojo. Esta zona se ha declarado de tolerancia. A plena luz del día, mujeres de todas las nacionalidades se exponen en trajes muy pequeños, detrás de vitrinas, y ofrecen servicios sexuales. Hay también bares, almacenes de ropa y restaurantes. Se ven, incluso, familias que circulan por la zona. Mi amigo Max, quien me aloja por unos días, dice que es una manera de naturalizar el sexo y la sexualidad, sin incitar a nadie, pero mostrando que existe en el mundo. Es, de nuevo, muestra del espíritu racional y pragmático de los habitantes del país.
En el centro está la casa museo de Ana Frank, uno de los tres lugares más visitados de la ciudad (junto con el museo Van Gogh y el Rijksmuseum). Allí se expone la obra de Frank, una joven judía que murió en la Segunda Guerra Mundial, pero que contó a través de su diario estos días de terror. Por esta zona hay también varias tiendas de quesos, como Henri Willig Cheese Farm Store, y la tienda de los tulipanes, una flor que, a pesar de no ser natural de Holanda, se ha convertido en uno de sus símbolos a nivel mundial.
Otra forma de contar Ámsterdam
Creo en el arte como una manera particular y auténtica de contar el mundo. Por eso, en cada uno de mis viajes hago un esfuerzo por conocer, así sea una mínima parte, la historia de su cultura. El caso holandés resultó ser tan complejo como fascinante: hay tantas, tantísimas expresiones en este campo, que necesitaría meses y años enteros para abarcarlas.
Holanda es cuna de Vincent van Gogh, de Rembrandt y de Anthony van Dyck, tres maestros pictóricos de la historia del arte. Y sus obras están expuestas en diferentes museos, ubicados en la popular manzana de los museos de Ámsterdam.
Hay un día de sol radiante y el museo de arte contemporáneo Stedelijk está lleno. Tal y como el pastizal que tiene en frente: personas de todo el mundo almuerzan y toman un refresco. Un grupo de niños se disputa el balón de fútbol. Turistas posan para el recuerdo.
La fachada del Stedelijk parece una tina de baño: es blanca y rectangular. Por dentro, en uno de sus tres pisos, el museo despliega obras de diseño y de arte que cuentan la historia del mundo desde 1880. Desde el feminismo, pasando por la escuela de los Situacionistas y terminando con las representaciones actuales, el museo es un imperdible para los amantes del arte.
En esta misma línea están la casa Rembrandt y el museo de Van Gogh. Los precios de las entradas van desde 10 hasta 20 euros.
La reinvención como principio
Con la Segunda Guerra Mundial nació una nueva forma de dolor humano. El 14 de mayo de 1940, los nazis bombardearon y destruyeron la ciudad de Róterdam. Era el comienzo de la guerra. Las casas y los comercios de más de 80.000 personas quedaron hechos trizas y pocos edificios e iglesias quedaron en pie. El horror empezaba a instalarse.
Cinco años después, cuando la guerra terminó, la ciudad decidió reinventarse de una manera única. No buscaron reconstruirse, sino reinventarse. Su propósito fue convertirse en la capital mundial de la arquitectura. Y así es hoy: solo la estación central de Róterdam –a donde llegué en tren desde Ámsterdam, tras un recorrido de una hora– tiene una estructura peculiar. El techo termina en punta, tiene amplios ventanales y, dentro, una lámpara colgando decora este ambiente siempre en movimiento.
A unos 15 minutos de allí está el hostal King Kong. Me quedé en una habitación compartida y resultó ser una experiencia interesante: conocí a un viajero de Seúl (Corea del Sur), fanático de la música de Adele y a un mochilero de Denver (Colorado), quien estaba preparándose para conocer las playas de arena blanca que están al otro lado del país.
La ubicación del hostal no puede ser mejor. Está en Witte de Withstraat, una vibrante calle con los mejores restaurantes y bares de la ciudad, en donde es posible tomar alguna cerveza y, sobre todo, probar las bitterballen, croquetas típicas de Holanda.
Sara nos espera a las 11 del día afuera de la estación central. Es la guía de Buendía Tours que nos mostrará la ciudad. Llueve. El frío es la constante. Róterdam resulta ser una ciudad para descubrir caminando.
Róterdam es organizada y poco ruidosa. Sus edificios vienen con una nota al pie que se omite; no impactan de primerazo por una belleza peculiar, sino por su complejidad. Así, uno de los edificios insignias de la ciudad, el Market Hall, tiene una forma única. El centro de la construcción está cubierto con un enorme ventanal que deja ver almacenes, supermercados y tiendas de comida fresca, al mejor estilo de los mercados europeos. En el techo hay una enorme pintura de Arno Coenen e Iris Roskam, llamada Cornucopia. Destacan frutas, verduras y otros alimentos, que van en ascenso al cielo como el mural del techo de una catedral.
A pocas cuadras está un ambicioso proyecto que representa ese espíritu de innovación que la ciudad buscaba después de la guerra. En 1.000 metros cuadrados se despliegan 13 casas con forma de cubo, una torre de apartamentos que tiene forma de lápiz y la Spaansekade. Este fue un proyecto del arquitecto Piet Blom, uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad. Además de visitar alguna de las casas por 3 euros, es posible pasar un rato en la terraza que mira hacia uno de los canales.
Y por último, los puentes. Diferentes zonas de la ciudad están conectadas por los puentes de Erasmusbrug y Willemsbrug, enormes construcciones que sostienen peso de carros y personas. Existe también el De Hef, un puente de acero que ya no está en funcionamiento, pero que permanece como una obra más de la ciudad.
Hay una serie de museos, cines y bares que quedan pendientes. Por ejemplo, el museo de arquitectura y arte digital que, para mi viaje, presentaba una exhibición de jardines disidentes. O los bares en donde se escucha cumbia latina interpretada por holandeses. Incluso, me queda haciendo falta ir de fiesta. Pero cada viaje con sus propias intenciones. Y por ahora, este fue mi recorrido.