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Serranía de Chiribiquete, estratégica contra la deforestación

En el corazón de la Amazonia se encuentra uno de los parques nacionales de selva húmeda tropical más grande del mundo. Un refugio de biodiversidad que enfrenta amenazas latentes. Esta es la primera de cuatro entregas sobre la importancia de las áreas protegidas del país

Chiribiquete es del tamaño de Dinamarca. Es tres veces más grande que uno de los parques nacionales más representativos de África, el Serengueti (Tanzania), y sigue siendo un lugar de encuentro para comunidades ancestrales que no desean ser contactadas. Para los karijona, una de las últimas tribus que resguardó esta Serranía durante siglos, su nombre significa “cerro donde se dibuja”. Y es, según las creencias indígenas, el paso al otro mundo.

Aislado entre los departamentos de Guaviare y Caquetá, en julio fue declarado por la Unesco como Patrimonio Mixto de la Humanidad por su valor cultural y natural único para el mundo. En ese mismo momento, gracias al trabajo de la Alianza para la Conservación de la Biodiversidad, el Territorio y la Cultura (conformada por Parques Nacionales, WWF-Colombia, WCS Colombia y la Fundación Mario Santo Domingo), el expresidente Juan Manuel Santos hizo oficial su ampliación y el parque pasó de tener 2,7 millones de hectáreas a casi 4,3 millones.


© César David Martínez

Durante décadas, esta área protegida ha sido una barrera poderosa en contra de la deforestación que avanza en la parte norte de la Amazonia colombiana. Su acceso es limitado y complejo, y gracias a eso mantiene un excelente estado de conservación. Después de todo, su majestuosidad es más que una serie de paisajes que roban el aliento, pues allí convergen ecosistemas de la Amazonia, Orinoquia, Andes y el escudo Guayanés.

Muchos se refieren a Chiribiquete como un mundo perdido. Es comprensible: además de las magnas barreras naturales que impidieron el acceso durante décadas, la guerra operó desde los 80, paradójicamente, como una muralla de contención contra incursiones externas. Pero en 2016, tras la firma de los Acuerdos de Paz con las Farc, llegaron nuevos desafíos.

La deforestación en la Amazonia se ha agudizado. Según el IDEAM, en 2017 se duplicó para esta región y en puntos críticos como Caquetá se derribaron 60.000 hectáreas de bosque. El 47 % de la pérdida de estos ecosistemas se concentró en ocho municipios amazónicos, seis de los cuales son considerados como las nuevas fronteras de Chiribiquete: San Vicente del Caguán, Solano, Cartagena del Chairá (Caquetá), San José del Guaviare, Calamar y Miraflores (Guaviare).

Este fenómeno está impulsado, además, por algunos pobladores que no tienen otra opción más que talar el bosque y adaptar estos nuevos potreros para ganadería, una actividad tradicionalmente practicada en estos departamentos que, además, es una de las pocas alternativas económicas con un mercado consolidado, además del que proveen los cultivos ilícitos y la apropiación de tierras.

Estas actividades son amenazas latentes en Chiribiquete y de ahí la importancia de que hoy sea un área protegida.


© César David Martínez

De acuerdo con Carlos Mauricio Herrera, especialista en planificación de áreas protegidas de la WWF, “esta designación genera una obligación sobre el Estado colombiano, que debe garantizar que sus ecosistemas y su biodiversidad sean preservados. Así como el cumplimiento de todos los objetivos establecidos en el plan de manejo del área, la condición de área protegida le permite además recibir recursos de diferentes fuentes y hacer parte de proyectos de cooperación que buscan el beneficio del territorio”.

La WWF ha sido uno de los actores clave en la protección y ampliación de la Serranía y desde hace dos años se ha involucrado con campesinos que habitan zonas estratégicas aledañas al parque —(denominadas zonas de amortiguación o zonas buffer), como las del Bajo Caguán en Cartagena del Chairá (Caquetá), que tiene la segunda tasa más alta de deforestación en Colombia, pues 20.632 hectáreas fueron taladas allí solo en 2017—, para que puedan convertirse en guardianes de su territorio. Se han fortalecido sus capacidades de monitoreo forestal, reconocimiento de especies y su entendimiento sobre la conectividad del territorio. Así, hombres, mujeres y niños que se criaron conociendo una sola manera de aprovechar su territorio ahora se dedican a resguardarlo y tienen la certeza y la esperanza de que las oportunidades pueden llegar de una manera sostenible.

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