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Pérez-Reverte: “El maltrato animal en España sale gratis. La legislación es una vergüenza”

El autor lanza ‘Los perros duros no bailan’, una novela policiaca perruna con la que ha sentido no tener que autocensurarse

Negro es un sabueso mestizo y herido que no quisiera regresar al desolladero. Se ganó un cambio de vida y convertirse en guardián, un hueco para dormir a gusto cuando consigue pegar ojo, buenas costillas de ternera, darse un garbeo si se lo pide el cuerpo, pero a costa de no saltarse unas pocas reglas y códigos sagrados. A través de sus ojos y sus patas, Arturo Pérez-Reverte ha trasvasado en Los perros duros no bailan (Alfaguara) esa moral identificada con su estilo al mundo canino. Algo que podríamos llamar humanismo animal y que es trasfondo de muchos de sus personajes bandera.

Negro bien puede asemejarse a un Falcó y un Alatriste con la melancolía que desprende también su pintor de batallas. Sale de farra con Teo, un rodesiano cañón y Boris el Guapo, un lebrel cachondo con collar antiparásitos. Coquetea y compadrea con Dido, su Dulcinea; con Margot, la porteña encargada del abrevadero y Tequila, la narco. Son hembras que le provocan tan buenas pulgas como la costumbre de filosofar con Agilulfo, que ladra en latín y el cachondeo que se tira a costa de las ridiculeces de Helmut, un doberman neonazi que enseña los dientes a los inmigrantes…

A costa de ellos, Pérez-Reverte ha hilado un puro relato policiaco y una metáfora de la realidad. Con sus deudas: desde El coloquio de los perros cervantino al Jerry de las islas de Jack London con rastros de Rudyard Kipling, Virginia Woolf o el Orwell de Rebelión en la granja, también. Pero sobre todo del género negro y policiaco: “En ese sentido es una novela canónica, corta, seca, rápida, puntual”, anunció este jueves en la Casa de América, donde presentó el libro acompañado de Pilar Reyes, su editora.

Se trata de una obra que empezó a escribir con gusto, divirtiéndose… “Pero que acabó con cierta amargura porque tuve que asomarme al lado oscuro, el de la crueldad animal”, afirma. Todo lo que tiene que ver con el maltrato y su impunidad en España. “La legislación que tenemos en este país sobre ese asunto es una vergüenza. La más infame de Europa. Se puede cometer cualquier atrocidad y como mucho te cae un año de cárcel o una multa que no paga nadie”. Toda persecución ni siquiera comienza. “¿Para qué? Los policías a los que he consultado dicen que no pueden dedicar medios a combatir un delito que acaba en nada”.

Para denunciar eso y por el amor que le provocan los perros ha escrito este libro. “Una mirada de cualquiera de los míos me puede mojar el lagrimal. Y hay pocas cosas que lo logran”, advierte. Con ninguno de los suyos se ha sentido decepcionado. “Con muchas personas sí, pero con los perros, nunca”.

También le han enseñado que la lealtad, “una de esas pocas palabras que todavía escribo con mayúscula”, no está reñida con la dureza, pero sí con la ñoñería. Sabía que no iba a fallar, que no se le podía ir este libro por el lado de la sensiblería. “Soy como soy. No se me podía escapar de las manos. Mis perros son otro tipo de perros”.

Además, le ha servido para escudarse y sentirse más libre: “Se ha vuelto muy difícil escribir en los últimos tiempos. Todo lo que se hace es susceptible de crear conflicto. En mi caso y en el de otros autores, como Javier Marías, ya hemos pasado la línea de que no nos importe. Tenemos nuestros lectores y nos conocen. Pero es muy peligroso para esos jóvenes que llegan detrás, con mucho talento y que no se atreven a afrontar según qué cosas por miedo a que se interpreten mal”. Es producto de un mal resucitado que atenaza: “La autocensura”, cree Pérez-Reverte. “Es más peligrosa para los periódicos de lo que ha sido la crisis. Peor que eso o los cambios de modelo por la irrupción de internet es el miedo a no decir por la reacción de las redes sociales”.

Sombras y pasos atrás. Zarpazos que requieren posturas en guardia. No dar nada por ganado. “Las generaciones más jóvenes creen que se levantan y todo está ahí, sin esfuerzo. Pero deben saber que construir ciertas cosas ha costado mucho y que para preservarlas requieren de una lucha permanente. No hay nada garantizado. Yo lo he visto desmoronarse. Es buenísimo vivir en paz, pero a veces, para mantenerla hay que levantarse y luchar”. Sin que nos confundamos de bandos: “Hoy cualquier imbécil puede decir que es Espartaco. Pero ese papel no se gana poniendo tuits”.

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