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10 básicos para quien (aún) no conoce Lisboa

Un día en la capital portuguesa da para una experiencia agradable, sin colas ni estrés

No hay destino más de moda en Europa que la ciudad de Lisboa. Sol, playas, seguridad, palacios, museos, barrios. Desde hace unos años gana todos los premios que se puedan ganar en hostelería, gastronomía, medioambiente… Según el reciente análisis Mercer de ciudades con mejor calidad de vida, Lisboa es la 39º del mundo y la 19º de Europa, aunque es muy discutible que alguien prefiera vivir en Nuremberg o Luxemburgo antes que en la capital portuguesa. Por eso fue declarada Mejor Destino Mundial de 2017 por la World Travel Awards.Lisboa ha entrado en el circuito del turismo urbano de fin de semana al que volver cada año; pero como siempre ha

y una primera vez, estas son diez experiencias imprescindibles que, incluso, sin colas y sin estresarse, se pueden vivir en un día y en familia.

El Puente. Hasta hace medio siglo no había puente alguno que uniera Lisboa con la otra orilla del Tajo. Se construyó en época de Salazar, que le dio su nombre, pero desde 1974 recuerda a la revolución del 25 de abril. Al igual que sucede con San Francisco, el puente rojo de Lisboa, entre el azul del cielo y el verde de los montes, es la imagen icónica de la ciudad. Hay que atravesarlo al atardecer, en coche, llegando desde el sur de España para aprovechar todos los colores.

El parque. El de Eduardo VII, más que un parque es una atalaya. Para los turistas con síndrome de extravío, este parque es una auténtica brújula. Basta ponerse de espaldas a la cárcel que lo delimita para ver al final del horizonte el río plateado. Descendiendo por el parque se recorre o se ve lo mejor de la ciudad.

La Avenida. La de la Libertad, con sus alamedas y sus mosaicos de la famosa calzada portuguesa con algunos de sus mejores dibujos; para los amantes del shopping, aquí coincide el comercio de lujo y la sede del PC, palacios del siglo XIX y edificios de Art Nouveau, hasta acabar en el Rossio.

La Plaza. La del Comercio, claro. Hay que seguir bajando desde el Rossio, hacerse sitio por la Rua Augusta (más agradable son las paralelas de Misericordia o Zapateiros), y atravesar el arco triunfal para encontrarse con la gloria, la maravillosa plaza presidida por la estatua ecuestre del rey João, una de las más extensas de Europa. La plaza porticada en forma de U solo se abre al muelle del río, donde dos mojones recuerdan que desde allí partían las carabelas hace 500 años.

El río. El estuario del Tajo ya es medio mar en Lisboa, y la prueba es que en días extraños saltan delfines por sus aguas. El río es la vida de la ciudad, a donde van a parar las calles; el nervio de los lisboetas, gracias a que cada día se va liberando de viejas tramoyas, y se abre a peatones, pescadores y ciclistas. El paseo de 10 kilómetros entre la Plaza del Comercio y la Torre de Belém es impagable; de hecho es gratis.

El tranvía. El tranvía lisboeta (el 28, por favor, y con bonobús para evitar el sablazo) es como el de San Francisco, pero en mejor. Se estropea tanto como aquel, se va igual de apretado, no faltan empinadas cuestas, pero aquí son tan estrechucas que cuando pasa por Alfama el paseante debe refugiarse en un portal. E trayecto preferido, del parque de Estrela en dirección al castillo de San Jorge, hasta Graça. Allí bajarse, visitar la colonia Villa Bertha.

El castillo. El de San Jorge, que no hay otro; aquí nació la calzada portuguesa, gracias al trabajo de sus prisioneros; hoy es un buen mirador de la ciudad y, sobre todo, la excusa para bajar andando por los barrios de Alfama y la Morería y callejear al encuentro de historia y rincones únicos, que aún quedan.

El mirador. Hay donde elegir, pero el de Alcántara, al otro lado del castillo, quizás tiene un encanto que no tiene otro y, además, permite conocer el cercano Príncipe Real y la iglesia de San Roque. Tampoco hay que olvidarse de los miradores de Graça y de la Señora del Monte.

El museo. Por su versatilidad, la Fundación Gulbenkian. Sus amplios y recoletos jardines son el lugar perfecto para familias con niños. Los diversos museos y auditorios siempre tienen algo interesante para ver o escuchar.

El monasterio. Aparte de su monumentalidad, Los Jerónimos son un ejemplo único -con permiso del Santo Cristo en Tomar- del estilo manuelino. Un estilo que en lugar de destacar cruces y santos, labra en la piedra sogas, plantas o instrumentos de navegación. Aquí no se entierra a cualquiera: Vasco de Gama, Luis de Camoes y Fernando Pessoa están entre los elegidos.

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