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La crisis del agua

España necesita una nueva gestión para hacer frente a las sequías

La sequía que nos azota desde enero de 2016 ha vuelto a encender las alarmas sobre la vulnerabilidad de nuestro país en uno de los recursos esenciales, el suministro de agua. Entre 2014 y 2016 ya llovió un 6% menos que la media. Este año, el descenso de precipitaciones en un 24% hasta octubre y un noviembre anormalmente seco puede conducirnos a una sequía tan grave o más que la que hubo entre 1991 y 1995. Las medidas que se tomaron entonces permiten una mayor eficiencia en el consumo de agua, pero son totalmente insuficientes para encarar la creciente distancia entre los caudales disponibles y las necesidades a atender.

España siempre ha sido un país seco y el desarrollo económico alcanzado ha sido posible en parte gracias a la red de pantanos y las infraestructuras de trasvase construidas. Pero ese modelo está agotado y no permite encarar la grave crisis hídrica a la que estamos abocados, complicada por los efectos del cambio climático. Los caudales disponibles son ya un 20% inferiores a los de hace 30 años y los expertos prevén que sigan disminuyendo por la combinación de dos factores: el descenso de las precipitaciones y una mayor evaporación por el aumento de las temperaturas. Se estima que la temperatura media ha aumentado en las tres últimas décadas 0,9 grados. El patrón se agravará probablemente en los próximos años.

Mientras tanto, la demanda de agua no deja de aumentar, tanto en la agricultura y la industria como en el consumo doméstico. Las tierras de regadío, por ejemplo, han aumentado un 21% entre 1998 (3,3 millones de hectáreas) y 2016 (4,05 millones). Es urgente, pues, establecer un plan que permita encarar la crisis que se avecina con medidas de ahorro e inversión en plantas desaladoras. Sin menospreciar el impacto que puedan tener las campañas de atención en el uso doméstico, las medidas deben centrarse en el sector agrario, al que va a parar el 85% del agua que se consume.

El problema se localiza sobre todo en los cultivos semiintensivos (algodón, remolacha) y los extensivos (cereales, maíz), que se riegan por gravedad. Hay que propiciar una nueva gestión del agua en estos cultivos con la introducción de sistemas eficientes de riego y medidas tarifarias que fomenten el ahorro. Una medida a estudiar es que la tarifa no se establezca en función de la superficie regada, sino del consumo. El objetivo es lograr la eficiencia que ya se ha conseguido en los cultivos intensivos, que consumen el 30% del agua y aportan el 70% del valor añadido agrícola.

Otro gran frente de mejora es la reutilización de las aguas residuales urbanas. En España apenas reutilizamos el 15%, cuando en lugares también secos como California e Israel reutilizan el 70%. Finalmente, debemos hacer de la necesidad virtud y aprovechar el potencial solar y marino para aumentar la obtención de agua mediante desalación. El agua de las desaladoras es más cara porque estas instalaciones requieren mucha energía, pero el precio puede disminuir si se aprovecha la producción de las fuentes renovables en las horas de menor consumo. La crisis hídrica es uno de los mayores desafíos que afrontamos. Es urgente encararlo.

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