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China, el ejemplo para ganar la batalla contra la polución

En tan solo tres años, el gigante asiático ha logrado bajar de forma significativa sus niveles de contaminación, sobre todo en áreas urbanas ¿Cómo lo hizo?

En 26 de febrero de 2016, la ciudad de Pekín, en China, registró los niveles más alarmantes de contaminación en el aire que alguna vez hubiera presenciado. Ese día, el Índice de Calidad de Aire (AQI según sus siglas en inglés) superó los 500 puntos, la máxima puntuación posible de contaminación.

Pekín, así como buena parte del norte de China, llevaba una semana envuelta en una niebla tóxica. Diez días más tarde, el 4 de marzo de ese año, el primer ministro de China, Li Keqiang, le declaró la guerra a la contaminación “con la misma determinación que lo hemos hecho contra la pobreza”. Tres años después, todo parece indicar que Keqiang cumplió su promesa.

El pasado 10 de enero,  el Ministerio de Protección Ambiental chino anunció que 28 ciudades chinas cumplieron sus objetivos de calidad de aire de octubre a diciembre, gracias a una campaña nacional contra el smog. Fue la primera vez en años que esto sucedió.

El Ministerio de Protección Ambiental (MEP) dijo que todas las ciudades del Norte de China –precisamente las más desarrolladas y densamente pobladas– habían alcanzado concentraciones de material particulado de 71 microgramos por metro cúbico. Un 34,3% menos que un año antes.

¿Cómo lo lograron? el profesor de la Universidad de Chicago, Michael Greenstone, quien además dirige el Instituto de Políticas Energéticas de ese centro educativo, decidió investigar el fenómeno chino. Publicó su análisis en el diario New York Times. 

En primer lugar, el gobierno se impuso a si mismo un estricto plan de reducción de emisiones contaminantes. Ese 2016, las 28 ciudades más contaminadas debieron reducir al menos en un 10% las concentraciones de contaminación por material particulado. Pekín, que en diciembre de 2016 tuvo que restringir el tráfico porque era imposible ver a través de su aire contaminado, debía reducir sus niveles en un 25%.

Asimismo, el Ministerio de Ambiente del país revisó con lupa el trabajo que estaban haciendo sus inspectores ambientales en todo el país. Según el diario China Daily, 1.140 oficiales fueron nombrados o sancionados administrativamente, debieron pedir perdón, e, incluso, someterse a un procesos judicial.

Adicionalmente, el país frenó cualquier construcción futura de centrales eléctricas impulsadas con carbón. Por si fuera poco, las ciudades más grandes, como Pekín, Shanghái y Cantón debieron reducir la cantidad de vehículos circulando en sus calles.

Todo esto, cuenta Greenstone en el Times, fue acompañado por cierre de minas de carbón, la disminución en la producción de acero y hierro y un agresivos planes para reducir el uso de carbón durante el invierno. De hecho, el pasado invierno, pocos pudieron encender su calefacción. Esta medida implicó protestas contra el gobierno, pero, al mismo tiempo, arrojó resultados ambientales extraordinarios.

La Organización Mundial de la Salud establece que las PM2.5 no deben superar los 25 microgramos por metro cúbico en un día cualquiera, pero de acuerdo con Reuters, el estándar en China es 35 PM2.5. Aun así, los avances son innegables: en esos tres meses fríos, según Reuters, la capital, Beijing, vio una caída del PM2.5 del 53.8%. Si China hiciera caso a las recomendaciones de la OMS, su gente podría llegar a vivir hasta 4,1 años más.

Lo más interesantes son los efectos a largo plazo que estas medidas pueden tener sobre la esperanza de vida quienes habitan en estas ciudades. Greenstone señaló que “según los datos disponibles de las 204 prefecturas, si continúa disminuyendo la contaminación del aire, los residentes podrían experimentar un incremento de hasta 2,4 años en sus expectativas de vida”.

Además, los casi 20 millones de pekineses vivirían aproximadamente 3,3 años más. En Shijiazhuang la gente se añadiría 5,3 años y la de Báoding, 4,5 años.

Si bien China cumplió con sus objetivos de calidad del aire para el 2017, la campaña de invierno no deja de ser controversial. La pregunta es si el país podrá mantener estas fuertes medidas en el tiempo, o encontrar otras que sean sostenibles en el largo plazo.

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