NoticiasOpiniones

La nueva normalidad turística, nos guste o no. Los nuevos horizontes.

 

Es una realidad -nos guste o no- que comenzamos a vivir una nueva normalidad. Aunque algunos pensemos, que esa normalidad va a ser difícil asumirla con alegría y satisfacción personal. Asimismo, hemos de creer que el futuro que intuimos deberá significar el abandono de tradicionales costumbres y caducas actitudes. Ofreciéndonos otras maneras de vivir y sentir.

Sin lugar a duda, el COVID-19 ha de ser un factor de cambio. Que será indiscutible y que habrá de afectar al futuro turístico. Tanto en los modos de promoverlo, como en las formas de gozar de sus siempre atractivos motivos.

Creo con firmeza, que la mayoría de los expertos y especialistas en la proyección y diseño del nuevo turismo, aprecian de manera rotunda, la necesidad de cambiar los modelos turísticos de expansión reconocidos en el pasado. Diferentes razones, como la masificación que se ha ido desarrollando en numerosos destinos, y la aparición de previsibles problemas sanitarios -que el coronavirus ha generado- comienzan a denunciar una grave quiebra del modelo histórico.

 

Además, el deterioro del medio ambiente -por falta de una adecuada ordenación de los espacios turísticos, por el exceso de cierta degradación paisajista que altera la belleza natural y por el progresivo aumento de problemas sociales- están llamando la atención sobre la necesidad de proceder a renovar los modelos tradicionales. Adecuados en su momento, pero desajustados en la realidad actual, ante los nuevos factores e intereses desarrollistas.

Modelos que indujeron a una tendencia de crecimiento, ciertamente intensiva para un turismo con reducida capacidad reguladora y pobre de una rigurosa auto-crítica. Pero sin duda, modelos que cumplieron un papel determinante de cambio y desarrollo, en una sociedad exageradamente tradicionalista. Con escasos medios para otra clase de desarrollo y apoyo al crecimiento social y económico que nuestro país requería. Fenómeno de cambio que, en las últimas décadas del siglo pasado, numerosos países estaban realizando con gran éxito.

Modelos que indujeron a una tendencia de crecimiento, ciertamente intensiva para un turismo con reducida capacidad reguladora y pobre de una rigurosa auto-crítica

Por todo ello, y como consecuencia de lo señalado España y su Turismo deben iniciar un proceso de reflexión, que permita a los más rigurosos -en el análisis del futuro- trazar un desarrollo, con importante espíritu crítico. Pero realistas con el análisis del pasado y proyección del futuro. En cuanto se relacione con la ordenación de un nuevo turismo más eficiente. Pero sobre todo más perfeccionista. Lo que necesariamente deberá forzar a creer más en el turismo, desde cualquier enfoque político con el que se juzgue. Pero desde una perspectiva de cambio, progreso y rentabilidad social y económica más moderna. Más digitalizada. Siempre pendiente de la innovación. Y desde una posición, cuyo horizonte no pueda ser otro que el progreso y la justicia.

Por ello desearía transmitir y motivar a quienes creen en el turismo (empresarios, políticos, gestores, docentes y trabajadores) que nuestro turismo todavía es determinante para el desarrollo. Que no se ha transformado en una actividad rutinaria, tendenciosa, degradante, precaria e injusta, como algunos señalan. Que nuestro turismo se sostiene con profundas raíces. Que dista bastante de ser solo una fuente de enriquecimiento de un capitalismo opresor. Basado solo en una estructura laboral sacrificada; a menudo mal considerada y peor pagada. Aunque, sin duda muchos de esos aspectos y circunstancias se deban a falta de una auténtica credibilidad. Por lo que urge considerar ahora la necesidad de impulsar ciertos cambios más generosos y no menospreciar el papel que el turismo ha jugado en nuestra historia y que puede seguir teniendo en el futuro.

Debemos pues creer mucho más, en ese turismo que durante cincuenta años hizo posible el cambio de una sociedad apagada, a una sociedad dinámica, moderna, valiente y tecnificada. Que por medio de un turismo dinámico y progresista de aquellos años sesenta, por medio de los planes de desarrollo, facilitó el comienzo de la industrialización y la construcción de un moderno sistema de infraestructuras. Que a través de la inversión extranjera en desarrollos inmobiliarios y a la recepción de importantes flujos de turismo, permitió compensar la situación de desajuste de la balanza de pagos. Especialmente en los años 1973 y 1974 soportando el fuerte crecimiento de los precios del petróleo. Adecuando en 1986 los coeficientes macro económicos que exigía la incorporación del país a la Comunidad Económica Europea.

 

En ese sentido, siendo todavía muy largo e intenso el relato, si debiera seguir explicando las numerosas repercusiones para nuestra estructura económica que el turismo ha tenido. Efectos que el turismo generó por medio de diferentes actuaciones, que deberían servir para reconocer otras muchas conquistas. Tan importantes como la cobertura del desempleo, el aporte de recursos que se requerían para impulsar en aquellos años la planificación indicativa, el impulso prestado a los pactos de la Moncloa, o al importante desarrollo regional que impulsó. Transformando reducidos municipios dominados por el subdesarrollo en permanentes, ricos y potentes destinos turísticos.

Transformando reducidos municipios dominados por el subdesarrollo en permanentes, ricos y potentes destinos turísticos.

 

 

Es evidente que, en la actualidad, España debe mejorar su modelo de desarrollo turístico. Y para ello es necesario que todo el país crea en la identificación de objetivos -tal como decía el eslogan de los setenta- que el turismo es cosa de todos. Debe promoverse un nuevo modelo que permita la interacción colectiva desde todas las instituciones y grupos sociales. Negando todo objetivo, que busque solo un modelo que linealmente se identifique con un proceso productivo que resuelva la ecuación: número de turistas por valor medio de la estancia. Es decir, una igualdad que se proyecte maximizando el primer término de la formula. Que parece poner todo su esfuerzo en el aumento anual del número de estancias, por delante de otra clase de variable. Creyendo que no hay otra alternativa para facilitar un resultado más eficiente. Significando una combinación eficiente entre todos los elementos intermedios e implícitos de la fórmula.

 

Es necesario entender, que el turismo internacional que visita España se aproxima a 700 millones de estancias. El más numeroso del mundo, superior al recibido por Estados Unidos o por Francia. Por ello toda política futura debe comenzar por ser suficientemente estratégica. Considerando que el futuro no debe apoyarse de modo casi exclusivo en las cifras de llegadas y pernoctaciones, sino en la eficiencia y el rendimiento. Ya que el balance de las llegadas comienza a generar una compleja realidad. Que sin duda comienza a presionar los equilibrios sociales, ambientales y personales. Lo que impone una severa reflexión en torno al crecimiento y al alcance ambiental de su expansión.

 

Desde el otro enfoque de la fórmula anterior, en cuanto al gasto medio realizado por viajero, sin duda su rendimiento comienza a llamar la atención por su deficiencia. Entendiendo que la larga estancia media de nuestros visitantes es compensada en la actualidad, con un insuficiente gasto medio. Inferior a los 1000 euros, que interpretamos como “pobre”.

 

Por ello es importante que se considere oportuna la necesidad de creer mucho más en el objetivo de la calidad. Deseo que se repite con cansina reiteración, siempre en las conclusiones empresariales o en los fines de las reuniones políticas. Repitiéndose a veces, con exagerada frecuencia “que el futuro de nuestro turismo se condiciona a la mejora de la calidad”. Lo cual posiblemente sea verdad. Lo que deberá de exigir la obtención de un rendimiento por estancia superior. Lo que, por lógica, habría de facilitar objetivos más lógicos y eficientes. Lo que exigirá convertir la política de producto más identificada con el rendimiento y la eficiencia. Renovando esquemas de producción y rendimiento. Proyectando el incremento salarial basado en la productividad y la competitividad. Llegando a la plena satisfacción del cliente, tanto por el valor como por la excelencia. Logrando en cuanto al producto una mejora ambiental y en el conjunto de las infraestructuras. Lo que habrá de permitir mantener como objetivo el deseo de la repetición permanente del viaje.

 

Es evidente, que tal propósito, tal como se manifiesta y se reitera, puede llegar a ser un aburrido deseo. Por lo que debe de exigirse a todos los responsables y gestores de las políticas y estrategias turísticas, identificarse con los nuevos horizontes. No como una ensoñación, sino como un hecho posible y necesario. Debiendo plantearse el futuro, como la búsqueda de una combinación ideal. Donde el resultado económico, basado en un precio eficiente, debe responder a un objetivo prioritario. Que no es otro, que fijar sus horizontes, en el logro de la mayor calidad, por encima del número de las llegadas.

Por Manuel Figuerola Palomo

Director del Doctorado de Turismo en Universidad Antonio de Nebrija

 

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba