Turismo, viajes y miedo: cómo gestionarlo
NR Compartimos este interesante artículo sobre la gestión del miedo
Gestionar el miedo es convertir la emoción en un plan de acción”
Elena García Donoso, experta en gestión del miedo, da las pautas
- “Llevamos mucho tiempo viendo el miedo como algo que no se debe tener. Sí se debe tener, sólo que hay que aprender a gestionarlo”
- “Cuando aprendes a gestionar el miedo te das cuenta de todas las creencias, prejuicios y limitaciones que te impiden avanzar”
- “Es verdad que no todo es color de rosa, pero sí hay muchas opciones para gestionar el miedo sin que la emoción pueda contigo”
Entrevista/“Gestionar el miedo es convertir la emoción en un plan de acción”. Así lo afirma Elena García Donoso, experta en gestión del miedo e instructora de alto impacto y Firewalking, que participará en el Congreso Anual del Agente de Viajes que organiza Hosteltur los próximos días 6 y 7 de octubre bajo el título de “Agente de viajes: las claves de una profesión con futuro”. Y es que, como ha asegurado, “cuanto más entiendes algo, menos te controla, porque el miedo mal entendido fácilmente se convierte en odio. Llevamos mucho tiempo viendo el miedo como algo que no se debe tener. Sí se debe tener, sólo que hay que aprender a gestionarlo. Y cuando lo haces te das cuenta de todas las creencias, prejuicios y limitaciones que te impiden avanzar y la de cosas que nos perdemos. Es verdad que no todo es color de rosa y no todo es fácil, pero sí hay muchas opciones para gestionar el miedo sin que la emoción pueda contigo”.
Para mí hay seis, siempre a aplicar a los miedos del día a día que todos tenemos, muy concretos, sobre todo irracionales. Porque para procesos más traumáticos como las fobias, por supuesto se necesita la supervisión de psicólogos y psiquiatras y eso lo dejamos aparte:
1.- Contextualizar y concretar, porque solemos hablar de grandes cosas que nos dan miedo pero así es ingestionable. Tenemos que identificar qué es lo que nos da miedo, más allá de la gran etiqueta como el miedo al fracaso, al rechazo o al cambio.
2.- Una vez que lo conoces hay ciertas señales con las que el cuerpo te dice que eso es miedo, por lo que el segundo paso es identificarlas.
3.- El tercer paso, que es fundamental, es definir el propósito, con el fin de paliar la incertidumbre, que es el alimento del miedo y activa en nuestro cerebro todos los neurotransmisores relacionados con el estrés y la ansiedad. Cuando identificas un para qué, estás buscando el mejor escenario, generas esa motivación que necesitamos para hacer frente a retos complicados: para qué estás dispuesto a pasarlo mal. Porque gestionar el miedo no es no tener miedo; es estar dispuesto a sentir el miedo porque lo vas a sentir, pero con estos pasos bajamos la intensidad de la emoción. Este proceso no te asegura que las cosas vayan a salir bien, te asegura que vas a seguir peleando por conseguir lo que quieres; que en el momento que te caigas, porque te vas a caer, vas a querer levantarte.
4.- El cuarto paso es al que llamo “entrevistar al miedo” para racionalizar la emoción. Cuando sube la emoción baja la inteligencia, por lo que tenemos que activar en nuestro cerebro todos los procesos racionales para compensar y que haya tanto emoción como inteligencia. Porque cuando hablamos de miedos parece que sólo hay un protagonista, que es él, y sólo una opción, que es huir. Pero no. Lo que pasa es que al miedo sólo le hace falta una pregunta para desbancarnos, que es “¿y si?”. Pero nosotros podemos hacerle muchas más preguntas, que son un proceso de racionalización para concretar el miedo, reconocerlo, convertirlo en un objetivo, identificar cuál es el mejor y el peor escenario posibles y qué recursos tangibles tienes para llegar al mejor (tiempos, recursos económicos, personas, networking, lo que necesites). Mientras llevas a cabo este proceso la intensidad de la emoción ya ha bajado porque no le estás dejando actuar en modo caos, sino que la estás guiando.
5.- Una vez que cerramos la parte de la racionalización queda la parte difícil, la de decidir si sí o si no. Porque normalmente no hay acción sin una decisión anterior. Pero si es que no, no pasa nada. Ser valiente no es siempre decir sí; a veces es decir no cuando todo el mundo te está diciendo sí. Pero tenemos que ser congruentes, no machacarnos por haber dicho que no, y tomar distancia y al siguiente. Y si pasado un tiempo tienes que revisar tu decisión, volver a graduar tu plan, perfecto. Pero lo que nos ayuda a tomar una decisión es poder después ser congruente con nuestro comportamiento, porque muchas veces sufrimos más por pensar una cosa y sentir otra que por tomar una decisión.
6.- Una vez que hemos decidido si sí o si no, llega la última fase, que es la que marca la diferencia: actuar, porque ningún miedo se supera sólo pensando. Nunca. De hecho nuestro problema es que pasamos demasiado tiempo en la fase de pensar y poco en la de actuar. Hay que dar ese paso adelante. Aunque no hace falta, que también lo solemos hacer mucho, enfrentarse a todo de golpe. Normalmente el punto de máximo riesgo es el punto de mínimo miedo porque ya estás ejecutando. Efectivamente te puede salir mal, pero ya le habrás enseñado a tu cerebro que ese miedo no era tan peligroso. Y que la próxima vez que te enfrentes a un cambio no tiene que reaccionar con tanta parálisis.
¿El miedo entonces es una emoción muy mal entendida?
Efectivamente. Pensamos que es un enemigo y lo tratamos fatal, pero es la emoción cuyo objetivo es hacernos sobrevivir. Siempre te está mandando una señal porque el cerebro detecta un posible peligro, aunque no tiene por qué ser real. De ti depende. Por eso en ese proceso de seis pasos estimulamos la parte racional para que podamos compensar. Todos tenemos miedo y es algo que intento naturalizar muchísimo. No te fíes mucho de la persona que te dice que no tiene miedo a nada, porque igual le tiene miedo al miedo, que es diferente. Seguir estos seis pasos no implica que el miedo desaparezca, porque no va a desaparecer y no debe hacerlo. Es un mecanismo de supervivencia del cuerpo y si desaparece no estamos hablando de valientes sino de temerarios. Pero sí se puede regular la intensidad de la emoción, aunque es parte de ese proceso, no hay fórmulas mágicas en la gestión emocional.
¿Y esa resistencia al cambio que todos tenemos se ha visto acentuada en estos tiempos tan difíciles que nos ha tocado vivir?
La verdad es que lo hemos vivido todos de forma tan, tan, tan distinta. Porque ha habido gente que lo ha utilizado para tirar abajo esa aversión al cambio precisamente porque no ha tenido más remedio. Para mí las cosas más bonitas de la vida están al otro lado del miedo; entonces en los momentos de cambios drásticos que hemos vivido hubo mucha gente que miró al otro lado. Pero ahí no estaban gestionando la emoción, no tenían ese objetivo por el que luchar porque les venía dado. La motivación ha sido que no les quedaba otra. Pero ahora que estamos volviendo a lo anterior estamos perdiendo esa motivación, esa fuerza para enfrentarse a la aversión al cambio, porque somos animales de costumbres. Llevamos demasiados años siguiendo unos patrones y esto “sólo” ha sido año y medio, no es comparable. Ahora, cuando nosotros tenemos que buscar ese motivo, cuando tenemos que asumir la verdadera gestión del miedo, es cuando se demuestra si de verdad estamos dispuestos a afrontar el miedo al cambio. Ésa es la parte diferencial, porque antes no teníamos opción. El verdadero valiente, la persona que de verdad va a aprender a gestionar el miedo, es la que da ese paso adelante teniendo opción. La persona que haya ejecutado un cambio habrá aprendido, porque al final aprende el que se expone.
¿Cuáles son los miedos más habituales en el ámbito laboral?
Yo suelo hablar de seis grandes miedos de la vida de hoy, pero si los aplicamos al ámbito laboral serían miedo al cambio, al fracaso, al rechazo bien matizado; también hay bastante miedo al éxito. Y luego concretando un poco más, hay miedo a no encajar, a llevar mucho tiempo en una compañía y que llegue un día que no entiendas para qué, a no sentirse valorado, a la competencia mal llevada; a veces hay miedo a brillar por las críticas y la envidia mal gestionada que puedas generar, a la soledad del líder, a no llegar a resultados, a sentir que no era tu propósito lo que estás haciendo… Son miedos profesionales, pero realmente no nos diferenciamos entre profesional y persona, por lo que son los mismos los que hay detrás.