El camino de Abraham, un plan turístico en Palestina
“La bondad es una lengua que los sordos pueden escuchar y los ciegos pueden ver”, este es uno de los lemas del Camino de Abraham, una ruta cultural a pie de larga distancia que muchos recorren cada año por Palestina inspirados en el patriarca de las tres religiones.
“Para muchos palestinos como yo, esta ruta significa mucho. Caminamos inspirados por Abraham, que es el padre de los profetas”, comenta Nidal Rishmawe, palestino cristiano originario del pueblo cisjordano de Beit Sahur y uno de los guías locales de la ruta.
“Visitamos comunidades palestinas durante el camino para que los que participan conozcan su cultura y modo de vida”, dice mientras marcha a pie en una carretera de las afueras de Belén, al frente de un grupo de 25 personas de varios países que han venido expresamente para conocer los recovecos del territorio palestino.
La ruta, con 330 kilómetros de largo, comienza en Rumana, una de las villas más norteñas de Cisjordania, pasa por más de 50 poblaciones palestinas y acaba en el sudoeste, en la ciudad de Hebrón, cuando los caminantes llegan a la Tumba de los Patriarcas, el santuario donde la tradición establece que están enterrados el profeta Abraham, su mujer Sara, su hijo Isaac y su nieto Jacob, también con sus respectivas esposas.
Cada año, por marzo y noviembre, la asociación palestina que promueve la ruta, Masar Ibrahim al Jalil, organiza ediciones enteras de la caminata, marcada en los caminos con líneas rojas y blancas por toda Cisjordania.
“Queremos demostrar que todo el territorio se puede cruzar de inicio a fin pese a la ocupación israelí”, dicen desde la asociación.
Para Masar Ibrahim al Jalil, la ruta “profundiza en la memoria y patrimonio del pueblo palestino”, con la voluntad de acercar al caminante a “las antiguas tradiciones de hospitalidad que están en el corazón de la vida palestina”.
“La gente pasa 21 días con nosotros, entra en contacto con la cultura del país y contribuye a la economía palestina”, destaca Rishmawe mientras todos los integrantes de la caminata comen sentados para recuperar energías bajo la sombra de los olivos que se alzan en terrazas empedradas a lo largo de la pendiente de un pequeño monte cercano al pueblo de Artas, en la región de Belén.
“Es la primera excursión larga de mi vida, ha sido la primera vez que duermo en un saco de dormir y también en el interior de una cueva”, cuenta Michael Hagermeister, historiador y profesor universitario alemán, que valora muy positivamente las etapas en que caminó por el desierto, así como las noches que pasó con la comunidad beduina en campamentos nómadas.
Hagermeister decidió hacer una parte del Camino de Abraham con su esposa porque leyeron sobre la ruta en un reportaje de viajes del periódico alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung.
“El artículo contaba lo bonito que era este camino, pero no lo duro que es para gente de mi edad”, bromea Hagermeister, que camina cada día con agilidad los kilómetros de excursión pese a tener 67 años.
La joven arquitecta paisajista noruega Annabel Danson, que estudia el paisaje palestino de la Ruta de Abraham, participa desde un principio en la caminata y saca sus conclusiones a medida que avanza en el camino.
Cisjordania tiene una geografía accidentada, repleta de pequeños montes y valles rocosos, pero con tonalidades verdes y cultivos propios del entorno mediterráneo que le aportan un atractivo especial.
“El cultivo en terraza es un elemento típico del paisaje que ayuda a hacer un mejor uso del agua”, dice Danson, que destaca este elemento mientras señala sus alrededores.
“La tradición agrícola de la zona se basa en la combinación de olivos, higueras y almendros puestos en terrazas que se cultivan junto con parras de uva entre medio”, explica la arquitecta, que escribirá un detallado estudio cuando termine con la ruta.
Entre los caminantes también está David Palazón, el primer español que hará el recorrido entero de la ruta de Abraham.
“Todo el camino es un imán de historias que te hace conocer Palestina de otra manera, a través de su gente”, comenta después de haber visitado el Jardín del Paraíso, un santuario de monjas católicas con un precioso huerto que el arzobispo uruguayo Mariano Soler fundó en 1901, inspirado en los jardines de Salomón, donde la minoría local cristiana palestina va a rezar cada día.