Un paseo por Jerusalén, donde la fe guía cada paso
Las tres grandes religiones monoteístas comparten gran parte de su origen en la capital de Israel.
Cuando llegó el itinerario de la visita a Israel, me acordé más de las clases de religión en el colegio que de las de geografía o historia. Jerusalén, Nazaret, desierto de Judea, Galilea… son lugares que referencié desde niña por la Biblia, las misas, la Semana Santa, la Navidad, más que en un atlas.
Luego caí en cuenta de que esto mismo podría pasarle a un judío o a un musulmán, porque las tres grandes religiones monoteístas del mundo comparten mucho de su origen e historia, que está aquí, en Israel. Cada una tiene sus sitios sagrados, que muchas veces coinciden, y Jerusalén es el mejor reflejo de esto. Esta ciudad está llena de historias en las que predominan las palabras ‘fe’, ‘sagrado’, ‘fervor’, ‘Escrituras’, ‘devoción’…
A media hora del aeropuerto Ben Gurión está la capital de Israel, ubicada en una zona con muchas lomas, que pintan de verde un paisaje que durante un buen trayecto fue árido. Desde que me bajo del bus en la estación, que está en el sótano de un centro comercial, se ven hombres vestidos con traje negro y camisa blanca, la mayoría con sombrero negro de ala ancha, barba y algunos con rizos: son los judíos ortodoxos.
La ciudad blanca (toda su arquitectura está hecha de piedra) es vibrante, variopinta y palpita con mayor fuerza en la ciudad vieja, un lugar complejo de explicar. De esta tarea se encarga nuestro guía, Ricky Grunewald, un uruguayo que emigró a Israel a los 18 años, buscando sus raíces. Eligió el monte de los Olivos, con una buena panorámica, para esta tarea: “Las murallas rodean la ciudad antigua, que está dividida en cuatro: de la cúpula dorada hacia la derecha y atrás es el barrio musulmán; a la izquierda, donde se ve el Muro de las Lamentaciones, el barrio judío; donde está la cúpula gris, que es el Santo Sepulcro, es el barrio cristiano, y a la izquierda, el barrio armenio”.
¿Armenios? “Sí, ellos fueron la primera colectividad que adoptó el cristianismo como nación”, cuenta. La mayoría se dedica a pintar lindos platos y vasijas.
El meollo del asunto, resalta Grunewald, está en la cúpula dorada o Domo de la Roca, de estilo islámico. Para las tres religiones, este fue el alto donde Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su único hijo, Isaac (aunque el islam habla de Ismael).
Según la tradición judía, sobre esa piedra, el sabio rey Salomón construyó el primer templo, que guardaba en su interior el Arca de la Alianza y el candelabro de los siete brazos –principal centro de culto para ellos– y que siglos después fue destruido cuando llegaron los babilonios y los judíos salieron de la ciudad. A su regreso construyeron allí mismo un segundo templo más modesto, que luego el rey Herodes se encargó de renovar y ampliar con una explanada aledaña, que ahora incluye una gran mezquita. “Imagínense once campos de fútbol juntos, así era”, dice el guía.
Pero llegaron los romanos, destruyeron el templo y los judíos volvieron a salir de la ciudad. Siglos después, la conquista del islam sacó a los romanos, y en ese tiempo se construyó el brillante domo, porque se considera que fue en este punto donde Mahoma, en un sueño profundo, “hizo un viaje místico en su caballo alado Barak y, de la mano del ángel Gabriel, subió al cielo; cuando se despertó tenía el libro sagrado del Corán en sus manos. Por eso, este es considerado el tercer lugar sagrado para los musulmanes después de La Meca y Medina”, nos dice (a los musulmanes los sacan los cruzados).
Otro caso similar es el Cenáculo. En este sitio, fuera de la ciudad amurallada, en el monte Sión, se llevó a cabo la última cena de Jesús con sus 12 apóstoles, hecho que se toma como la institución de la eucaristía. En la planta baja del lugar está la tumba (sin cuerpo) del rey David, que reunió las 12 tribus de Israel en Jerusalén, visitada con frecuencia por los judíos y que en alguna parte de la historia antigua también fue una mezquita que los musulmanes dedicaron al rey David, a quien reconocen como un profeta.
Como estamos en el monte de los Olivos, bajamos por un camino pavimentado que se asocia con el que Jesús recorrió el Domingo de Ramos al entrar a Jerusalén, pasando por el jardín o huerto de los Olivos, en Getsemaní, antes de llegar a la puerta de los Leones, de la ciudad vieja, para recorrer la Vía Dolorosa o Viacrucis.
Hay que estar atentos para encontrar las estaciones, que a veces están marcadas con una sencilla placa o piedra, o se resguardan en pequeñas capillas, como la de la Flagelación, que marca el momento en que Jesús fue azotado, despojado de sus ropas y coronado de espinas. En la cúpula está representada de una manera casi poética, que logra estremecer. De aquí salió Jesús cargando la cruz.
“En la cúpula está representada de una manera casi poética, que logra estremecer. De aquí salió Jesús cargando la cruz”
El recorrido se hace por estrechas calles peatonales en pleno mercado árabe: la ropa salta a la vista, el brillo de las joyerías encandila, los souvenirs atrapan a turistas, el olor de las especias y el dulce de los pasteles seducen, como los muntbak, de Zalatimo, hechos de la misma manera desde 1857.
Finalmente, esta peregrinación llega al Santo Sepulcro. Otro galimatías, pero esta vez debido a los cristianos, que se reparten las capillas interiores entre coptos, armenios, abisinios y católicos, las cuales marcan las últimas estaciones. Una larga fila de peregrinos y creyentes esperan entrar a la tumba de Jesús.
Para muchos de ellos, aquí termina el recorrido. Otros tantos siguen al barrio judío, más amplio y sin tanto comercio, para compartir el fervor de otra manera: en el Muro de las Lamentaciones, como se ha llamado el muro occidental, lo que queda en pie del segundo templo. Hombres a un lado y mujeres al otro leen oraciones y dejan papelitos en las uniones de las piedras. Rezan, mientras se mecen, con la misma devoción con la que los cristianos tocaban la tumba de Jesús.
Recorrer estos sitios santos es jornada de un día, que puede rematarse con el lindo espectáculo de luces, sonido e imágenes (mapping) sobre las paredes de la torre de David, convertida en un museo con la historia de la ciudad.
Otro día hay que dedicarlo a visitar Yad Vashen, en el monte de la Memoria. Son varios museos, monumentos y centros de estudio dedicados al Holocausto, encargados de preservar la memoria de los 6 millones de víctimas judías. Estremece, pero no puede ignorarse. El edificio central es un prisma triangular que corta la montaña “y simboliza la fractura del Holocausto en el pueblo judío y los anales de la humanidad”. El hall de los Nombres eriza, y en el monumento a los niños es imposible contener una lágrima.
Herodes dejó su huella
“El heroísmo que se vivió en Masada se ha convertido en un referente para la sociedad israelí: nos hemos prometido que no vamos a estar otra vez en un peligro existencial así, en el que o nos rendimos a los romanos o a los enemigos de turno o los vencemos, o algo más sucederá, pero no llegaremos a esto”. Así explica el guía el simbolismo de esta estratégica fortaleza, a una hora de Jerusalén, mandada a construir por Herodes en una meseta que limita con el mar Muerto y el desierto de Judea (de piedra, no de arena). Allí, familias israelíes se refugiaron huyendo de la ocupación romana; cuando estos llegaron, prefirieron matarse a ser esclavos.
La historia maravilla, pero también la arquitectura. Las ruinas, a las que se llega en teleférico, dejan ver una serie de edificios en terrazas con una vista maravillosa que cualquier hotel desearía tener. Y una tecnología sorprendente para almacenar agua de lluvia –una vez al año– y alimentos en medio del desierto, que les permitiría vivir hasta por siete años.
Terminada esta visita, hay que ir al mar Muerto, que en realidad es un lago resalado, a poco más de 400 metros bajo el nivel del mar. Allí se flota aunque no se sepa hacerlo.Ojo, hay que llevar zapatos para entrar al agua y protegerse de los filos de sal.
El rey Herodes también construyó Cesarea Marítima, un importante puerto sobre el Mediterráneo en el norte del país, en honor a César Augusto y donde vivió Poncio Pilato.
Tenía todos los ‘juguetes’, de acuerdo a los gustos lujosos del rey: un auditorio al aire libre que todavía se usa para conciertos, hipódromo, acueducto y un comercio muy activo… una vida que hoy hay que imaginar con los vestigios que quedan.